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Competir con dignidad

La visita del Manchester a Anoeta supuso la posibilidad de ver de nuevo a los diablos rojos en directo. Tal y como me sucedía hace más de cuatro décadas cuando el equipo que entonces entrenaba Mats Busby se enfrentaba con el Real Madrid en duelos impagables. Aquellos encuentros del Bernabeu, cuando había pocas entradas de asiento y muchas de pie, se abarrotaban. Eran duelos a cuchillo, eliminatorias europeas entre dos grandes equipos que ponían sobre el césped lo mejor de sus plantillas.

La televisión de entonces era en blanco y negro y no disponías como ahora de un mando para hacer zapping. Existían dos canales y ninguna posibilidad de sentarte ante el receptor para ver un partido que no fuera la final. Por eso, entre otras cosas, se llenaban los estadios. Si querías ver fútbol no quedaba otro remedio que acudir al campo. Los periódicos y las emisoras se encargaban de lo suyo. Los álbumes de cromos, también, aunque no existían en versión continental.

 

En aquellas eliminatorias se valoraba mucho el factor cancha, el hecho de jugar el partido vuelta en tu terreno. No cabían especulaciones ni cálculos porque todo el mundo sabía a qué jugar. Cualquier aficionado con memoria recordará los desafíos entre Stiles y Amancio. Allí no había una guerra, allí se mataba. Los árbitros no se atrevían a expulsar como ahora porque el concepto del fútbol era otro. El Manchester jugaba bien sin perder el estilo. George Best era el extremo que volvía loco a Manolo Sanchís (padre) y la calidad de Bobby Charlton quien decidía muchas veces la suerte de los partidos.

Aquel Manchester era un equipo superviviente del accidente aéreo de Munich en el que fallecieron muchos jugadores. El equipo se reconstruyó a través de las personas que superaron la tragedia, entre ellos Busby y Charlton. Desde entonces no han parado de crecer y convertirse en un espejo como club. Considerado el más rico, explota el mundo del marketing y el merchandising, del mismo modo que dispone de grandísimos jugadores y compite para ganarlo todo. Ese club y ese equipo visitaron anoche Anoeta. Tocaba disfrutar más allá de las reales opciones clasificatorias que le pudieran quedar al cuadro de Arrasate y del desequilibrio del valor real de las plantillas. La fe mueve montañas y empatar sin goles en casa ante semejante rival no es para nada un desdoro.

Consideré que los aficionados, los que fueron a Old Trafford y los que no, disponían de una nueva oportunidad de sentirse orgullosos por vivir una experiencia así. Lo mismo que directivos, periodistas, futbolistas y técnicos. Esa es la grandeza de las citas marcadas en rojo. Se trataba de saber con qué equipo la Real iba a tratar de dar la cara ante un rival con más recursos y experiencia. Papeleta complicada como siempre para el entrenador que sabe de sobra que todos desean jugar este tipo de encuentros. Se notaba en el ambiente que era día grande. Gradas casi a reventar, palco hasta la bandera, pupitres de prensa y cabinas con overbooking. Los seguidores británicos, a lo suyo, entonando canciones que se conocen de memoria y que pertenecen al guión y al elenco de un partido enorme.

Un día me enseñaron que en las salas de prensa de los campos ingleses los periodistas acuden al campo con corbata porque es una tradición. Lo hice en Liverpool hace muchos años y repetí anoche. Esta vez, además con cámara de fotos, porque deseaba fervientemente guardar recuerdos, sobre todo una foto con Van Persie pero el horno tras fallar el penalti no estaba para muchos bollos. Fue su mejor ocasión. Injusta porque la falta máxima se la regalaron en una de esas decisiones que sólo suceden en Europa y caen siempre del lado de los más poderosos.

Que Claudio Bravo y el palo le detuvieran el balón al holandés era la justa respuesta a la insensatez del árbitro italiano. El esfuerzo del equipo se merecía un premio distinto a la derrota. No creo que nadie saliera descontento del estadio porque cuando el equipo da la cara y lo intenta sufriendo no cabe otra cosa que agradecerle todos los esfuerzos, aunque jugara mejor con los bajitos en el tramo final del partido al que se llegó con las pilas muy descargadas. Todo cuesta y más en esta competición en la que no existe ni tregua ni descanso. El primer tiempo puso de manifiesto lo que vale un peine con un Manchester agresivo y contundente, sin especular y marcando un ritmo que nos costaba seguir. No olíamos el balón y cuando lo alcanzábamos nos duraba poco. Es en esas situaciones cuando se echa en falta la experiencia y tirar de manual si es que en algún libro están escritas las respuestas.

El equipo competía con dignidad y ya en el segundo tiempo pudo comprobar que el rival era menos fiero, aunque Chicharito fallara una que meto yo y Van Persie hiciera una marca en el poste izquierdo de la portería del meta chileno antes de lucirse en el penalti. La Real trató de merodear en el área de David de Gea, aunque no debiera emplearse a fondo en ninguna situación. Viendo el ritmo del partido y la dinámica del juego, los dos equipos dieron por bueno el resultado porque al Manchester le servía para seguir liderando al grupo y a la Real para no perder sus opciones aunque sepa que para conseguirlas deba ganar los dos encuentros y esperar.

El público volvió a demostrar su madurez. Al principio, callado y dominado por lo que se veía en el terreno. Los de Moyes silenciaban con juego y dominio. Poco a poco la grada supo jugar, como tantas otras veces, su papel y alentó hasta donde pudo. Se manifestó en los cambios y quiso dejar las cosas claras. Los sentimientos y la pasión colectiva están por encima de los individualismos.

Hay muchas cosas positivas del encuentro de anoche. La más grande se refiere a la capacidad de competir con dignidad. No cabe un solo reproche. Quizás si en los partidos precedentes la fortuna hubiera estado de nuestro lado, a esta hora la ilusión nos invadía. Y eso en esta competición, transcurridas cuatro  jornadas, es impagable.

Iñaki de Mujika