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Cuestión de camisetas

Quiero escribir hoy de camisetas. Por ello, he debido sacar un par de cajas del armario de mi dormitorio para contar todas las que a lo largo del ejercicio de esta profesión recibí de futbolistas u otros deportistas. No paso de doce. ¡En treinta años de ejercicio informativo!. Cierto es que jamás pedí ninguna. Por eso me emocioné y agradecí el detalle de quienes en el camino quisieron que un trozo de tela con número y escudo sirviera para prolongar nuestra buena relación. Como eso pertenece a la vida personal, entenderás que no cite sus nombres, aunque te aseguro que sorprendería la lista. Por lo general, desconocemos bastante qué individuo vive dentro del cuerpo de un jugador y cuáles son sus sentimientos.

 

Creo haber contado alguna vez una anécdota curiosa. Y espero que no se enfaden por publicarla. Jugaba la Real un domingo en el Nou Camp. Guardiola era el jugador emblemático del medio campo catalán y Xabi Alonso un joven debutante. Concluido el partido, ya en sala de prensa, pregunté al tolosarra con quién había cambiado la camiseta. No recuerdo la respuesta, pero sí lo que dijo más tarde. “Quería la de Guardiola pero se han adelantado”. Me quedé con la copla.

Unos días más tarde, llamé a Txiki Begiristain contándole la historia. Entonces no había ni facebook, ni Internet, ni watshapp, ni nada similar. Le expliqué lo que pasaba y convenimos que enviara una carta a Pep explicando lo que deseaba. Así lo hice. Cuando había olvidado el proceso, recibo un aviso de correos. Paso por las oficinas y recojo un sobre grande acolchado de color marrón. Dentro venían dos camisetas firmadas. Una para Xabi, al que se la entregué después de explicarle el proceso, y la otra, para mí.

Desde entonces, por inhabitual, admiro más a Guardiola y le sigo con interés. Sin ser culé gocé con el juego de sus jugadores porque disfruto con el buen fútbol. Mientras él gobernaba la nave, aquel equipo se comportaba con exquisitez dentro y fuera del terreno de juego. Excepción hecha de los recalcitrantes, el Barça ganó muchos adeptos. Ni una mala palabra, ni un mal gesto. Distinguida praxis. Liderado por un futbolista argentino y espectacular, buena parte del mundo se rindió a sus pies porque además lo ganaban todo. Sana envidia de la mayoría y proyecto modélico para quienes deseaban imitarlo.

Pero el tiempo deteriora diseños y comportamientos. Hoy ese equipo, en el que siguen muchos jugadores de antaño, no es muy parecido. Ni juega igual, ni transmite lo mismo, ni gestionan las situaciones con la clase de entonces. Son más vulgares y se parecen cada vez más a aquellos de los que deseaban alejarse. De la grandeza indiscutible a ciertos hábitos de marrullería que chirrían. Por estos gestos van perdiendo gente adicta.

Aquí, habían conquistado el territorio porque era fácil quererles. La última confrontación a la que pude acudir a Anoeta me enseñó la realidad. Caminaba hacia la puerta de acceso a vestuarios en medio de muchísimas personas que esperaban en las proximidades. Crucé mis pasos con un matrimonio joven y un niño, de unos ocho años, que lucía una camiseta blaugrana con el nombre de Messi. Creí que eran catalanes. Sonreí hasta que de repente les oigo hablar en euskera y entro en estado de shock. El recorrido que quedaba fue un proceso de reflexión que se refería al impacto mediático y cautivador que ejercía en la sociedad. ¡Un niño guipuzcoano con camiseta rival!

La fiebre remite en la medida en que ese equipo dejar de ser lo que era. La última comparecencia del partido de copa en Anoeta tuvo mucho de esto y bastante gente quedó defraudada. Como no hay mal que por bien no venga, aquel abuso nos permitió conocer la grandeza de nuestro entrenador, el carácter y la defensa a ultranza que hace del respeto que debe exigirse a los deportistas, incluso a aquellos que lo han ganado todo un montón de veces. Defendió el escudo y lo que significa ser de la Real. Ello conllevó un mensaje a sus jugadores, a los que dictó una lección de orgullo explicándoles que una camiseta significa bastante más que dos colores. Todo gracias a conductas reprobables y poco ejemplares de alguno de los oponentes.

Por eso, esperaba con atención el partido de anoche. Lo mismo que muchos espectadores que acudieron al campo con ganas de una heroicidad de los nuestros. Conviene en estos casos no confundirse. Son más y mejores. Te pueden meter un meneo inmisericorde, goleada incluida, pero en el fondo siempre crees que la pasión puede recortar diferencias e igualar las contiendas. La historia del fútbol está plagada de grandes gestas como la de ayer.

Arrasate diseñó un plan maquiavélico con Elustondo. Sin miedo y con absoluta confianza en el beasaindarra que ayer calló a muchos. A su lado, Markel y un par de sensacionales  futbolistas que lo bordaron. Canales y Zurutuza ni abandonaron a los compañeros de atrás, ni a los de adelante. Ese fuelle fue agotando las ideas y la posesión del oponente hasta crecer y crecer. No hubo un solo momento para la duda, ni siquiera cuando empató Messi. El segundo tiempo permitió a la Real ofrecer un recital de todo. Desde el banquillo hasta la portería, pasando por todas las líneas del equipo.

Anoeta palpitó. Los más de treinta mil espectadores acudieron con esperanza de que el relato del cuento cambiara los capítulos y el final fuera diferente al habitual. El Barça fue incapaz de superar una sola vez a Zaldua cuando se empeñó en atacar y atacar por el flanco izquierdo. Tampoco pudo por dentro, porque ahí el equipo fue generoso hasta la extenuación y como arriba aparecen en cuanto les dejas, la sentencia se firmó con la rúbrica soberbia de Griezmann y Zurutuza. Ellos, como sus compañeros y miles de personas hoy felices, sienten la camiseta y eso no se lo quita nadie.

 

 

 

 

 

 

 

 

Iñaki de Mujika