Celta de Vigo 2-2 Real Sociedad |
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Jornada 33 Liga – 12/04/2014 |
Vigo es una de esas ciudades en las que si me pierdo algún día es posible que me encuentres allí o en sus alrededores. Cada vez que puedo me escapo. En coche, claro, sobre todo porque en el último vuelo que hice a esa población cayó un rayo en un ala y produjo dentro de la nave un estruendo, acompañado de acojonamiento general, que ni se me ha pasado, ni mucho menos olvidado. ¡Donde esté mi trepidante, que se quiten las aeronaves!
Hay más motivos que animan a recorrer el camino sobre las cuatro ruedas. Se refieren a las compras que uno hace por aquellos pagos. Fascinantes empanadas, gloriosos quesos de tetilla, titánicos bollos de anís y buenos vinos de Ribeiro. En un avión te echan todo para atrás y no estoy por la labor. Estos días he sentido sana envidia de quienes acudieron a Balaídos para disfrutar del fin de semana largo y del partido. Esos son planes.
Las empanadas son santo de mi devoción. De hecho, cuando alguien viaja a aquellas tierras, recibe un encarguito. ¡Tráeme una! Casi da igual el relleno, porque las he probado de todas las clases: carne, atún, vieira, verduras y de xoubas (sardinas). Esta, en el pequeño puerto de El Berbés. La procesión del Cristo que en verano, con motivo de las fiestas de la Virgen del Carmen, recorre la zona es una de las más antiguas de Galicia y cuenta con muchísimos devotos. Al concluir se monta una fiesta peculiar con degustación de sardinas y demás productos de la tierra, bien regados y que concluye de aquella manera con el personal bastante perjudicado.
Allí todos son del Celtiña y cantan la Rianxeira que es lo que se lleva e identifica. No hay tránsfugas en los sentimientos. En su campo de Balaídos las han vivido de todos los colores: grandes, medianas y pequeñas. Desde éxitos que conducían a Europa hasta fracasos que terminaban en descensos. Años de bonanza económica y estupendas plantillas frente a otros de ruina y desolación. Hoy parecen un club asentado, que no gasta lo que no tiene, que apuesta por un entrenador con un estilo y una filosofía y que se mira en espejos que le convienen, como por ejemplo el de su rival de ayer: la Real.
Esa forma de ser y comportarse les hace diferentes a la mayoría. Está claro que dispone de espíritu suficiente como para remontar un partido dos veces, la segunda en inferioridad. Juega al fútbol lo que puede y te crea problemas si no estás en tu sitio y con el suficiente nivel de concentración como para evitarte un susto, o cinco que son los tantos que los gallegos le han marcado a la Real en los dos partidos de la liga. La empanada la usan para combatir el hambre y animar el vestuario después de los entrenos con alguna celebración.
La otra empanada está instalada en el vestuario guipuzcoano. Se empeñan en repetir errores, en perder las ventajas que tanto cuesta lograr y en terminar los partidos a merced de los contrarios. Se ve venir y viene. En Balaídos el equipo comenzó brillante, llegó con facilidad y marcó un gol. Luego, sesteó, se tumbó a la bartola y le empataron. Griezmann fue feliz con un derechazo estupendo que volvía a poner en ventaja al equipo frente a un oponente que perdía a Aurtenetxe tras su expulsión.
Partido de cara, ganando y con uno más. Luis Enrique decidió jugársela como técnico valiente que es. Arriesgó atrás dejando espacios y apostó por el ataque. Sin nada que defender se trataba de conseguir, al menos, un punto reparador. Entre estas y aquellas, la Real a la contra debió sentenciar, pero entre personalismos, malos remates y pases errados, las oportunidades se fueron al limbo. En ese paisaje, los gallegos fueron a más lo mismo que los realistas a menos. Otra vez idénticas sensaciones y miedos pavorosos que terminaron por alojar de nuevo un balón en las mallas defendidas por Claudio Bravo. Empate.
Esta semana el técnico, cuando se le preguntó sobre los puntos perdidos en partidos que se llevaban orientados para ganar, dio a entender que no le parecía tan nítida esa apreciación. Como la realidad es tozuda y se encarga de refrendar la corriente, más de lo mismo para que los críticos arrecien en lo suyo y los partisanos se decepcionen ante la actuación de un equipo al que la temporada se le hace eterna. Piden a gritos que se acabe porque no pueden más. Ni física, ni mentalmente, aunque los analistas, ordenadores y programas digan que estamos de bien como las bailarinas del Bolshoi.
Reconozco que ayer me reboté bastante y que estuve a punto de no cenar. Hubiera sido tontería por mi parte. Así que, como tenía antojo, agarré la bici y fui pedaleando despacio hasta un lar gallego. Pulpo para empezar y empanada, de segundo antes de la tarta de Santiago y un chupito de orujo seco. Empanada, de la rica, de la que me gusta. No de la otra que, lamentablemente, se ha pegado a la camiseta txuri-urdin como una lapa.