Real Sociedad 1-2 Villarreal |
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Liga Jornada 38 – 18/05/2014 |
He ganado unas cuantas apuestas. Me voy a forrar a cafés, porque es lo que normalmente ponemos en juego o, a lo sumo, una merienda buena. No están los tiempos para dispendios. Se trata de divertirse sin arruinarse. Todo se refería al final de Liga, a la posibilidad de catalanes y madrileños por hacerse con el título de liga. Conseguí llevarme el gato al agua la pasada semana, porque suponía que el Barça no ganaba en Elche. Martino y los suyos no estaban para mucho trote y los de Escrivá son un equipo que juega al fútbol que cuenta con un buen entrenador y que compite. Dicho y hecho.
Allí pudiera haberse acabado todo, pero, como los colchoneros no ganaban en casa al Málaga, se citaban en un duelo con pistolas sobre el césped del Camp Nou, en tanto que a los de Ancelotti se les rompía el espejo de tanto mirarse. Reconozco que a la vista del comienzo del encuentro no era optimista respecto de la suerte atlética. Lesionados Costa y Arda y perdiendo en el marcador, nada apuntaba a idilio con el éxito. Las cámaras enfocaban la cara de Simeone, con las manos rozando sus mejillas, y la sensación de que estaba ante una misión imposible.
Pagaría dinero por haber estado en el descanso dentro del vestuario. Supongo abatimiento, ojeras y desánimo por una parte. El fútbol es juego de equipo por encima de las individualidades, aunque estas sean muchas veces las que decidan. Recuperé el tono de mi apuesta convencida cuando la imagen rojiblanca, vestida de amarillo, se pareció mucho a la esperada. Crecer para rentabilizar el paso al frente. Empatan y se defienden como saben. Toque de trompeta, prietas las filas y ver venir.
Como el Barça solo está para sopas y sorber, se mareó dando vueltas y si el partido hubiera llegado hasta ahora, seguirían a su paso, tratando de marcar el gol imposible. Al final, el título para quien creyó más que nadie en conseguirlo. Aplaudí la presencia de todo el grupo técnico en la rueda de prensa post-partido. Algo más que una pose para la posteridad. Luego, apareció el otro entrenador para dar gracias a todos y despedirse. Entonces hice esa pregunta absurda de imposible resultado: ¿Qué hubiera sucedido con el Tata sentado en Anoeta gobernando el destino txuri-urdin?
No hay respuesta, entre otras cosas porque en nuestro banquillo la responsabilidad recae sobre un entrenador más joven, distinto y con un contrato renovado desde la confianza y la convicción. Él y sus futbolistas cerraban ayer una temporada marcada por la exigencia y los retos. El partido se planteaba, por lo menos, para no perder la sexta plaza y decirle al mundo que nos merecíamos unas buenas vacaciones, aunque los últimos días se hayan referido bastante más a los alrededores que al núcleo y se perdiera el norte de la trascendencia. Como la vi venir, también he ganado cafés.
Ni qué decir tiene que esperaba el Villarreal que se presentó en Anoeta. Con hambre y ganas de matar en cuanto el rival se descuidara. Y como nos descuidamos tanto y tantas veces se subieron a las barbas para meternos un par de goles, fallar unas cuantas ocasiones más y pegarnos un baile, sobre todo en la primera parte, que dejaba chiquitos a Fred Astaire y Ginger Rogers. Como no estamos desde hace semanas y no se nos esperaba, el camino hacia el cadalso estaba escrito a cada pase mal dado o ante la imposibilidad de responder a las exigencias que marcaba el contrario.
Después de un par de acciones fulgurantes a la hora del ángelus, no tardamos un cuarto de hora en perder el sitio, el balón, la firmeza y la competitividad. Es entonces cuando el equipo se pone a hacer recados, a perseguir el balón y a marearse que es lo mismo que atolondrarse. La grada, al solecito, se fue contagiando y pese a tímidos y tibios gritos de ánimo aquello olía a chamusquina de modo inmisericorde. Cómo lo vería el técnico que cambió a dos en el descanso para tratar de recomponer el desaguisado. Aquí podríamos estar discutiendo mucho sobre la idoneidad de los cambios. Pudieran compararse con las filosóficas aporías de Zenón de Elea.
Por ejemplo, el primer tiempo dispones de un 9 que cae a la banda, las sujeta, sin que haya un solo centro lateral que aprovechar. No le llega un solo balón de éxito. Le dejan en el vestuario y es entonces cuando nos hinchamos a centrar desde los flancos sin que contemos con un 9 que la rompa. Si no estás, no estás y punto. Esa es la aporía, un razonamiento del que surgen contradicciones, dificultades lógicas o paradojas irresolubles.
Tengo la sensación de que algo parecido sucede en los despachos en relación con algunos futbolistas y su futuro. He guardado un respetuoso silencio en las últimas semanas respecto a este asunto, porque sé de sobra, desde hace muchos años, que cuando en el entorno de este equipo se habla de pájaros y flores, el batacazo es considerable. Y ayer, uno más. Próximo partido, el día de San Ignacio. Prometo mi ausencia. Suelo celebrarlo a lo grande y no estoy por la labor de perder las buenas y santas costumbres. Esto no es aporía sino realismo.