Maldigo el día en que nos ganó el Villarreal para dejarnos en una plaza que nos obligaba a jugar más previas que el mejor de las Islas Feroe, o parecidas. Encima el calendario de eliminatorias decidió que el 31 de julio, ayer, nos viéramos con los escoceses del Aberdeen, cuando el resto del mundo celebraba el santo patrón, se había ido de vacaciones o disponía de mejor plan que acudir a la cita de Anoeta.
Reconozco que no me apetecía nada, pero la obligación se impone a las devociones que en tal festividad como la de San Ignacio son muchas y de precepto. Disfruto en la misa, sobre todo cuando el organista de la iglesia que elija para cantar la marcha, aprieta teclas y pedales como si le fuera la vida. Es curioso el inicio de la canción. Va de menos a más. Echas el resto en la primera estrofa y luego te falta el aire. Es algo así como la prueba de esfuerzo para los atletas o el Tourmalet para los ciclistas.
Llega el momento triunfal en el que te creces: “Inazio hor dago, beti ernai dago, armetan jarria, dauka konpainia, txispaz armaturik, bandera zabalik, gau eta egun?”. Se te hace de noche, sin resuello, pero satisfecho porque pasas la prueba y dices: “otro más”. Así, desde crío. En casa celebrábamos este día más que ninguno. Aitona, aita, un primo, otro primo, otro primo, y yo atendíamos por el mismo nombre. Algo así como una plaga de la que me siento satisfecho. Recuerdo que a la hora de los postres los txistularis llegaban al portal de casa del aitona y tocaban el himno.
Era yo quien me encargaba de bajar las escaleras (no había ascensores) siendo un crío para darles la propina que correspondía. Así hasta que la costumbre desapareció de esa manera, porque (lo agradezco) ayer a las ocho y cinco de la mañana, puntuales a la cita, pasaron por la puerta de casa los músicos haciendo sonar la marcha que tanto estimo. Es el dulce despertar de la jornada mucho más agradable que el del horroroso reloj que sobrevive en la mesilla pese las leches que se ha llevado y las caídas sufridas.
Te pones un poco de gala, vas a misa, tomas el aperitivo y te juntas a comer con cuantas personas nos reunimos tradicionalmente en la mesa redonda del restaurante en el que celebramos la onomástica. Llegas a una edad en la que prefieres celebrar el santo más que el cumpleaños. La sobremesa suele ser larga, sin mirar al reloj, haciendo risas y tomando alguna copa de más de lo habitual. Ayer, no, día de ayuno y abstinencia, un ramadán en toda regla, porque no era de recibo ponerte hasta las cachas. Tomate en ensalada, unos chipirones y sorbete de limón. Café. Regado todo con agua del país.
Llegué al estadio como hiena enfurecida y más apagado que las cuevas de Praileaitz. Cuesta ponerse a tono, porque la cabeza está en todas partes menos en donde debe. Es verano, quien más quien menos anda de turisteo. Por eso, entre la galbana y la pereza llegué a la cabina de transmisión mirando al infinito y al césped. Casi me duermo en el calentamiento. Traté de divisar a los escoceses. Parecían todos iguales, entre rubios y pelirrojos. Solo si de repente hubiera comparecido el monstruo del lago Ness, es probable que hubiera salido del letargo.
Cambié el punto de mira a la derecha. Los nuestros, con bajas y altas respecto del pasado ejercicio, tratando de concentrarse. Presté atención al debutante Finnbogason antes de descubrir la posición de unos y otros, el dibujo táctico diseñado por el míster y la puesta en escena ante el exigente reto. “Nos puede más la responsabilidad que la presión”, argumentó el entrenador en su discurso previo al envite. Hablamos de un rombo y dos delanteros, que es algo novedoso respecto del pasado reciente y que obligará a todos a familiarizarse con el nuevo estilo. Siempre será bueno que los cambios vengan acompañados de triunfos como el de anoche.
Tardaron en llegar los goles, porque hubo que esperar al segundo tiempo para que Zurutuza abriera la lata con la izquierda, la misma pierna que usó Canales para conseguir el tanteo definitivo. Si los escoceses no son mucho más de lo que enseñaron en Anoeta, en principio la Real es claramente favorita, pero pudiera haber viajado mucho más tranquila si las ocasiones fallidas no lo hubieran sido.
Es obvio que el público está con ganas de ver al equipo y de aplaudir tanto al grupo como a las individualidades. Mantiene las constantes vitales del pasado ejercicio con Markel Bergara en su sitio, como el patroi handia del grupo. No es santo, pero tampoco mal chico y, si su remate al larguero llega a ser gol, a estas horas está en los altares.