El Beaterio de Iñaki de Mujika

El coro y los solistas

Estaba ayer jamándome el tarro tratando de recordar una experiencia que casualmente hoy cumple 25 años. La Real decidió que Marco Boronat fuese el responsable del primer equipo, aunque ya había terminado el ejercicio anterior tras la salida de John Toshack. Aquel verano nos fuimos a Escocia a jugar partidos de pretemporada, lo mismo que a Londres. El tiempo pasado, y el análisis del mismo, permite entender lo mucho que han cambiado las cosas.

Los informadores que entonces viajábamos con el equipo éramos muy pocos, hasta tal punto que ocupábamos asientos en el autobús que llevaba al grupo allá donde fuere. Hoy eso es impensable. Como en aquella época no manejábamos ni móviles, ni cámaras digitales, ni ordenadores, ni nada parecido, los testimonios que guardo son mínimos y se esconden en la maraña de los viejos recuerdos.

Un día llegamos a Glasgow, ciudad con fama de fea por industrial. Su prestigio era reducido aunque al verla encontré cierto encanto. La primera noche cenamos en un restaurante sorprendente, Art Decó en toda regla. Supongo que sigue en el mismo sitio y con el mismo nombre, Rogano, establecimiento céntrico y muy afamado. Es imposible que recuerde el menú, pero intuyo que algo de salmón desfiló por la mesa. En ese viaje se repitió bastante, lo mismo que el rosbif.

El equipo entrenaba y disputaba partidos amistosos frente a rivales que siguen siendo referentes en su pequeña liga: Motherwell, Dundee, Dunfermline. Una de las noches nos invitaron a cenar a toda la expedición a un hotel en el que se homenajeaba al árbitro internacional Bob Valentine que se retiraba. A los postres comenzaron los discursos, unas chapas monumentales que lo eran más porque inglés, lo que se dice inglés no lo hablábamos nadie.

Llegado el momento, Boronat, con criterio impagable y plausible, sugirió que era hora de marcharse. Y nos fuimos, gracias a Dios.

Aquella gira nos permitió conocer lugares idílicos: Edimburgo, maravilloso Old Town, lo mismo que el mítico campo de rugby de Murrayfield que vimos desde fuera; St. Andrews, parecido a un cuento de hadas, con un cementerio al final de la calle principal con casas pequeñas hechas de granito y rodeadas de bruma. Compré un precioso alfiler de corbata con el escudo del mítico campo de golf en una de las tiendas al uso que en sus escaparates lucía fotos enormes de Olazabal. Aún lo conservo en una pequeña cajita azul aterciopelada.

Anduvimos cerca de Aberdeen, pero no llegamos a pisar la ciudad y no vimos el lago Ness por si aparecía el monstruo que en aquella época creaba pánicos y desarrollaba la leyenda en pleno apogeo. Muchas personas decían haberlo visto.

No era un verano fácil. Se acababan de marchar Rekarte, Bakero y Begiristain. Las dudas sobrevolaban el ambiente. Fue entonces cuando se decidió acudir al mercado extranjero. Aquello suponía un cambio profundo en la filosofía del club. No se ocultaban las reuniones, porque tanto el entrenador como dirigentes del club y un representante inglés hablaban y hablaban para cerrar el fichaje de quien pocos días después llegaba al plantel realista: John Aldridge.

Cuento estas cosas para no perder de vista el camino realizado, el cómo y el cuándo. Lo que ahora parece normal, entonces fue un shock en toda regla. Aquella gira concluyó en Wembley y lo que más siento es no guardar fotografías del viejo estadio que era entonces algo así como el sancta sanctórum de los campos de fútbol.

Estas historias me apasionan más que los partidos de rodaje con vitola de decisivos y que debes sacarlos adelante si no quieres que te salgan los colores, te pinten la cara y te hagan dudar hasta del apellido. El Aberdeen puso todo lo necesario. Llenó el campo, hizo sonar a la grada como un orfeón al unísono, pero le fallaron los solistas. Justo lo contrario que su rival, que no fue armónico en la actuación pero los dos tenores le sacaron del aprieto y los apuros.

Primero Xabi Prieto, cuyo remate permitió adelantar a su equipo y abrir una brecha casi insalvable para el oponente. Luego, el pase a De la Bella que terminó con el claro penalti que el capitán materializó con maestría. La otra aportación que marcó diferencia correspondió a Canales, Su acceso al terreno cambió la configuración y añadió las ideas que faltaban. Tuvo un par de goles y dio el centro que Markel acertó a meter en la portería de Langfield, como se decía otrora, de soberbio testarazo.

Objetivo cumplido, pero con un importante margen de mejora por delante.

Iñaki de Mujika