Algún amigo de la familia me regaló siendo niño un enorme tren. No cabía en casa. Cada vez que pretendía jugar con él, había que mover medio salón, empujar la mesa de comer hacia una esquina, apartar las sillas y quitar la alfombra porque las vías necesitaban una superficie perfectamente llana. Es decir que, cuando al crío se le ocurría entretenerse con aquella maravilla, se producía en casa una pequeña revolución.
El tren era norteamericano, enorme. Disponía de estación, puentes, edificios que llevaban bombillas que daban luz cuando se conectaba, lo mismo que varios cambios de agujas, arbolitos y todo aquello que fuera menester. La locomotora era enorme y pesaba un quintal y los vagones no se parecían nada entre sí. Incluso si a la máquina le echabas una pequeña pastillita por la chimenea salía humo de verdad. Ocupaba varias cajas.
El mayor espectáculo se produjo el día en que pretendimos ponerlo en marcha. Expectación en grado sumo. Una vez dispuesto todo, lo conectamos a la corriente, le dimos al “on” y allí no se movió nada. Disgusto, claro. Sucedía que entonces la corriente iba a 125 voltios y como era yanqui necesitaba 220. Había que comprar un transformador. Por fin, con todo en orden, llegó el momento. Esta vez, sí. El tren comenzó su camino pero derrapó en la primera curva cuando subí la regleta de la velocidad y le di más caña de la que necesitaba. Capacidad, conocimiento, experiencia y aprendizaje.
Con el tiempo los gustos cambiaron. Alguien puso en mis manos un mecano de piezas verdes y rojas. Todas metálicas como los tornillos y las arandelas. Una pequeña llave inglesa permitía hacer montajes y entretenerte en mucho menos espacio para satisfacción del resto de la familia que veía con buenos ojos los ratos de esparcimiento que también pasé junto a un fuerte de madera, lleno de soldados americanos que defendían la bandera de lo más alto del mástil frente a los ataques apaches. Defender y atacar. Todo al mismo tiempo.
Cumplidos algunos años más se pusieron en marcha los juegos reunidos y el palé. Era feliz comprando casitas en la Ribera de Curtidores, poniendo un hotel en la calle Serrano y forrándome cuando alguien caía en la Gran Vía y debía pagar de lo lindo porque era el sitio más caro en aquel juego. Invertir para obtener rentabilidad.
Llega un momento en que dejamos de jugar, pero todas las cajas con los juguetes del tiempo pasado, si somos cuidadosos y no los destrozamos, se guardan en lo más alto de los armarios, debajo de las camas o en los maravillosos trasteros que, como bien indica su nombre, se usan para amontonar trastos, porque nos cuesta mucho deshacernos de las cosas aunque no valgan para nada. Una mudanza mandó al limbo todo lo que estaba guardado durante tantos años. He seguido aquel camino de mantener los recuerdos a pies juntillas. No cabe una camisa en el armario. Cuelgan de las perchas y siguen perfectamente ubicadas todas las que se quedaron pequeñas, lo mismo que los pantalones.
Si vas al cuarto de baño y abres los cajones, encontrarás brochas de afeitar, barritas para cortar las hemorragias, tras el correspondiente tajo de turno, e incluso alguna maquinilla de los tiempos en los que jugaban al toco las abuelas de Pau Gasol. Incapaz de tomar decisiones y de desprenderme de lo que no vale, se acumulan mierditas inservibles. Necesito siempre un chute de valentía para de vez en cuando hacer desaparecer aquello que no sirve. Decisiones.
Cito al jugador catalán porque es increíble lo que hace. Con 35 años a sus espaldas, con un historial envidiable y con un contrato profesional de no te menees, el chico se plantea retos y responde con la ilusión de un cadete y con la madurez de un experto curtido en mil batallas. No se arredra, como cuando Belauste decía? ¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!
Intuyo que la habilidad del entrenador Scariolo, cuando dispone de un plantel de tan buenos jugadores, gestiona la relación con ellos dejándoles maniobrar y disfrutar al mismo tiempo, poniendo las pinceladas necesarias para que se note que está y esperando siempre que sean los protagonistas quienes decidan. Contado así parece fácil, pero debe ser complicadísimo.
No voy a entrar en las declaraciones de Zurutuza y Vela, porque les pertenecen. Sabrán por qué y para qué. Han sido valientes a la hora de expresar sus sentimientos y sensaciones. El que quiera mirar que mire, el que quiera ver que vea y? mientras tanto semana de tres partidos. El primero con un kale inesperado tal y como iban las cosas, pero la jugada del penalti mandó todo al limbo y a partir de ahí juego de despropósitos y dos puntos de doce disputados.