Estas semanas que se inician con victoria son tan diferentes, por buenas, que da gusto repetir. Pero duran tan poco que enseguida llega de nuevo el regusto amargo. La derrota ante el Celta no nos saca de pobres. El triunfo en Valencia sirvió como la aspirina a la fiebre, o la botella de agua a la sed. Los niños estudian más y mejor e incluso convencen en sus casas y en el cole para que les dejen salir de fiestuki, vestidos de momias, cadáveres, esqueletos, calabaza sandunguera, o lo que sea. A esta hora no sé muy bien, no distingo, qué es eso del Halloween, que en versión chapuza se conoce por jalogüín.
Es algo muy de Yankilandia, que aquí hace pocas décadas ni se conocía ni se practicaba, salvo en las comunidades norteamericanas. Y no siempre, porque hace muchos años, entre nuestros cercanos vecinos vivían familias estadounidenses que trabajaban en la base militar, o lo que fuera, de Gorramendi. No recuerdo verles vestidos nunca jamás de la guisa que ahora conocemos y se acostumbra. Supongo que para que los niños de entonces les miráramos con buenos ojos, nos regalaron una inmensa txirristra que se ubicaba en las proximidades del Stadium Gal irundarra.
Maravillosa. Había que subir un montón de peldaños para tirarte casi desde el cielo. Las sensaciones formidables duraron mucho tiempo, hasta que la edad nos condujo a otros divertimentos o la atracción se desmoronó del uso. Creo que desde entonces nunca jamás me volví a tirar por ninguna. Tuve la tentación en Menorca hace unos veranos, en mitad de la bahía de Cala Galdana. Más cerca que el gabarrón de La Concha, flotaba un pequeño tobogán de color naranja. Se alcanzaba fácil y se formaba cola para disfrutarlo.
De repente una cuadrilla de chicas jóvenes que hablaban inglés se dirigió hacia allí para entretenerse. Una tras otra se subieron y lanzaron al agua sin mayores sobresaltos hasta que llegó la señorita más amplia de todas, ancha de caderas y voluminosa. Sus flancos pegaban en los laterales y la pobre no se deslizaba. Una de sus compañeras llegó por detrás y le metió una patada en la espalda que la lanzó al oleaje como Rossi a Márquez.
La playa, bastante concurrida, seguía el proceso y no pudo evitar una sonora carcajada, que en mi caso fue una ligera sonrisa, porque sentí esa parte de solidaridad necesaria cuando tú tampoco estás para lucir en pasarela. A la vista del espectáculo y ante la posibilidad de protagonizar otro momento hilarante perdí las ganas de intentarlo.
Retomo los previos de la pasada noche, cuando saboreando una birrita a eso de las nueve en un bar cercano, decorado al efecto, preguntaban los clientes si la Real sería capaz de enlazar dos victorias, coger aire y prolongar la semana de felicidad precedente. La respuesta os la podéis imaginar: “Uff, ni idea”. Este equipo es tan rarito que lo mismo marca cuatro goles fuera de casa que encaja tres en feudo propio. Creía que el equipo ofrecería su mejor versión; pensé que iban a jugar bien y crear ocasiones. ¿Suficiente para derrotar a un equipo con recursos?
El ejercicio de comprobación dura noventa minutos. Los azulejos deben estar siempre relucientes, que es lo mismo que decir que el equipo debe mantener sus constantes vitales en todo momento. El Celta propone fútbol con mayúsculas, desde la convicción de que todo es posible. Jugar bien para ganar, amparado eso sí en buenos futbolistas. Orellana, Aspas y Nolito, tan importantes en los gallegos como Melchor, Gaspar y Baltasar en los Magos de Oriente.
Moyes premió a los suyos por el triunfo en Valencia y decidió otorgar de nuevo la confianza a los mismos. Cumplida la sanción, Reyes se quedó en el banquillo. La noche calurosa, petada de disfraces y caras pintadas, apelaba al compromiso de los realistas, necesitados con urgencia de devolver a la grada todo el cariño que les profesa, incluso en los momentos en los que es imposible amar en tiempos revueltos.
Como anoche. Por dos veces nos ponemos en ventaja, gracias al acierto de Agirretxe, pero este Celta se muestra lleno de personalidad y confianza. Reacciona con sus armas, remonta y nos mete la estocada al borde del final. Marcar dos tantos y no sumar siquiera un punto?
Flor de un día la victoria ante el Levante y esa sensación de horror que en una noche como esta lo complica todo otra vez.









