La Real durmió la noche del sábado al domingo a pierna suelta, como los osos polares cuando hibernan. Estaba tan cansada la formación blanquiazul de los esfuerzos acumulados en el tiempo, que necesitaba como nadie un buen colchón y una buena almohada para que los sueños ocuparan buena parte del espacio. Al músculo agarrotado le vino muy bien, como los besos de los amantes, la victoria del Valencia en Vila-real que significaba seguir en quinta posición, pasara lo que pasara ante el fornido Celta.
A estas horas, cumplimentado el encuentro ante los gallegos, el cuadro txuri-urdin suma treinta y cinco puntos a mitad del camino. Si el equipo es capaz de repetir trayectoria y números, al final del ejercicio habrá ganado plaza europea para la próxima temporada. Claro está que el papel lo aguanta todo y que de la teoría a la práctica existe a veces un soberano trecho. Recuerdo, por ejemplo, con pavor las clases de dibujo en bachillerato.
En el lineal, ahora técnico, me defendía, cuando no existían los ordenadores. Tiraba de escuadra y cartabón, lo mismo que de la bigotera y el compás, la regla, la goma y aquel tubo de tinta china, amarillo y negro, de la marca Pelikan. Trabajábamos sobre cartulina o papel opaco y cada vez que la tinta se corría o se torcía la línea, era un siniestro en toda regla. Mal que bien, aprobaba.
El artístico, en cambio, era un suplicio con visos de tortura. Incapaz de dibujar nada que no fuera una casita infantil con chimenea, caminito, aves, nubes, sol y la casita del perro. Nula evolución. Incluso hoy, seguiría haciendo lo mismo. El profesor, que era de Murcia y se llamaba Antonio, era una bendición. Venía, te explicaba y con un par de trazos pintaba la Venus de Milo o el Discóbolo de Mirón. Eran dos figuras de escayola que posaban a disposición de todos nosotros. Los artistas las calcaban de forma admirable. Los maulas, como yo, hacíamos auténticas herejías. Aquel maestro, que en sus ratos libres cantaba como tenor, era un santo. Si no a estas horas sigo sin aprobar el dibujo de quinto de bachiller. Gracias a que, el compañero de al lado, cuando el maixu se daba la vuelta, me hacía la mitad del trabajo con dos tirones del carboncillo.
Pasados muchos años, encontré en casa la carpeta con los dibujos. En uno de ellos luchaba por sobrevivir un racimo de uvas que lo mismo podían ser las bolas de un árbol de navidad que un cesto de cerezas o una bolsa de canicas. Creo haberos contado alguna vez mi relación con Nestor Basterretxea. Era amigo de sus hijos mayores, jugábamos juntos y de vez en cuando nos juntaba a todos y nos enseñaba. Repartía papeles y pinturas de cera para que dibujásemos lo que nos pedía. Una vez se trataba de diseñar la faz de Cristo en un folio. Elegí morados, rojos, carmesís, magentas, fucsias, violetas y escarlatas. Sentí satisfacción al acabarlo, porque era una cara diferente. Cuando llegó Néstor y lo cogió en sus manos, sólo se atrevió a decir sonriendo: “Si esto lo ve don David, te excomulga”. Se refería al entonces párroco del Juncal en Irun.
Es decir que, con la voluntad no siempre basta. Hay que ponerlo todo sobre la cancha pero, si las virtudes no te acompañan, el resultado final no será el mejor. Podemos hablar de eliminar al Barça, de llegar a Champions, de triunfar en el Bernabéu, lo que queráis, pero habrá que hacerlo todo estupendo, tanto el juego como el indudable y necesario esfuerzo para superar las dificultades e imponerse en las batallas.
Los futbolistas y sus entrenadores saben que en las segundas vueltas cuesta mucho más ganar. Los equipos se atrincheran, defienden los puntos a muerte en la misma medida que las jornadas pasan y los objetivos se acercan o alejan. Con eso también deberemos aprender a convivir. El Celta ayer llegó diferente, con futbolistas en barbecho a la espera del trascendental partido de vuelta en la copa ante el Real Madrid. Era una oportunidad para imponerse y la Real no la desaprovechó.
Cierto es que en el primer tiempo anduvo al paso, un poco atolondrada y con pocas ideas. Le pudo costar cara la falta de ritmo y punch, porque el Celta dispuso de un par de ocasiones que Rulli mandó al limbo. Tras el descanso, el tono cambió porque los de Eusebio pisaron más el acelerador que el embrague y cuando salió Oyarzabal (qué buen dibujante) el guiso dejó de estar soso, las paredes por la banda izquierda llevaron peligro y ocasiones a reventar.
Me pareció penalti el derribo a Yuri y desde luego no simulación de caída. Tarjeta recurrible. Luego, llegó el gol de Juanmi en acción inteligente de balón parado y a partir de ahí se trataba de defender el botín. El taconazo de Guidetti casi nos lo guinda. Toca ahora rearmarse de paciencia y valor, descansar y cargar las pilas porque en el frente de batalla se ve al enemigo armado y con la caballería dispuesta a galopar. Esperemos que funcionen las trincheras.