El Beaterio de Iñaki de Mujika

Cambiar de intérpretes, sin alterar la melodía

No deseo mal a nadie, pero un catarrito prolongado al que determina los horarios de los partidos, ya me gustaría. Comenzamos un jueves y terminamos un viernes. Es decir, a la hora de las campanadas cuando las uvas exprimen el mosto blanco, propician burbujitas para que los ojos hagan chiribitas. En mi caso, se caigan de sueño, después de la modorra.

La gente pasa cada vez más del plan estratégico de unos horarios indefendibles. Los seguidores abandonan a los equipos, porque un partido de fútbol no puede, ni debe, romper el orden familiar, la metodología de las costumbres. El Barça jugó contra el Eibar y se hartó de meter goles (Messi, cuatro) con medio estadio vacío. Al Celta, como no llena las gradas, le recetan multas por no evitar que los asientos transmitan desolación. Ahí les veo, estrujándose los sesos para decidir entre un concurso de muñeiras, la elaboración de una empanada gigante o una feria de pulpo con pimentón que atraigan al respetable. ¡País!

Estuve el miércoles en el frontón Adarraga de Logroño. Por encima del nivel del partido que anunciaba emociones, no había una butaca libre. Festival de tres encuentros. Allí no tienen problemas con los aficionados. Es como una ceremonia. Horario razonable, respuesta plural. Hasta la bandera. La feria del bocadillo vende en barra uno de sardinas con lata de cerveza al precio de seis euros y medio. Si traducimos a pesetas, mil largas. O sea que eso de quejarse por lo que se paga aquí en las consumiciones se puede expandir a otros territorios.

Ciertamente, no era cuestión de volver seguido. Así que, un poquito de jarana. Fuegos artificiales a orillas del Ebro, conciertos varios en dos escenarios diferentes con sendos grupos cuyos nombres desconozco y que sonaban con los decibelios en las rayas rojas. Metros y metros de botellón con gente de todas las edades. Hacía mucho que no salía de noche. Aluciné en colores.

Menos mal que antes habíamos cenado, como tantas otras veces, en El soldado de Tudelilla en la calle San Agustín, zona Laurel. Ahora que es temporada de tomate, bordan las ensaladas, con aceitunas negras, cebolla y atún. Todo aliñado con un estupendo aceite. Luego, huevos con puntillas, chorizo picante y patatas fritas. Queso con membrillo y a silbar a la vía. No sirven cafés. Hay media docena de mesas en un comedor muy pequeño. No más de seis platos para elegir entre primeros y segundos. Recomendable.

Luego, una copa en El Dorado, que casi limita pared con pared. Estaba la televisión encendida en una de esas cadenas que ofrecen el resumen de los partidos de la jornada y los comentarios de quienes se encargan cada noche de pontificar más que el Papa Francisco. Como la música del local sonaba para sordos, felizmente no se les escuchaba, pero ver las caras de la mayoría después de que el Betis ganara en el Bernabéu no tenía precio. Tardan tres días y tres noches tratando de explicar lo inexplicable. Al partido de Riazor, al de Leganés, incluso al de San Mamés, les dedicaron el tiempo que consumí el gintonic.

Volví ayer pensando en la luna de Valencia. A jueves, el Levante y a domingo, el cuadro ché. Los de Mestalla, que compitieron el martes a hora aceptable en tanto que su rival lo hacía ayer. Se verán las caras el domingo con muy distinta exigencia previa. Anoche nos tocó en suerte un equipo que gusta, que sabe a lo que juega y que deseaba reforzar su papel a costa de una Real a la que le empiezan a salir rozaduras porque el zapato aprieta.

No recuperas lesionados, los golpes flotan en el estado de los jugadores, lo mismo que los continuados esfuerzos de cada partido. ¡Si salimos enteros de ésta! Eusebio nadó y guardó la ropa. Hizo debutar a Gorosabel, quien hace un año trataba de ganarse en Irun la confianza de Asier Santana y encontrar un hueco en el equipo titular del Real Unión. Progresión formidable, lo mismo que Igor Zubeldia, un todo terreno para el centro del campo. Juntados unos y otros, el entrenador cambió de salida cinco titulares de los que se enfrentaron al Real Madrid.

La clave en todos los casos es ofrecer el mejor rendimiento y que el equipo no pierda las constantes vitales. Cambiar de intérpretes, pero sin alterar la melodía. Ser fiables y competir al mejor nivel. No es fácil, pero así como el año pasado las rotaciones no eran santo de la devoción secana, ahora, por fas o nefas, hay bailables todas las semanas. Con una realidad incuestionable: sin trabajo y tensión te pueden pintar la cara.

Al borde del descanso, nos la pintaron y bien. El central Chema eligió el mejor pincel para diseñar un zurdazo que entró como un cohete en la meta de Rulli. Gol psicológico que llaman. Antes, el argentino había salvado al equipo con un par de paradas de escalofrío. El Levante avisaba en la medida que la Real se descompuso y se metió en una secuencia de fallos en el pase y en la presión que los granotas aprovecharon como les gusta. Posesión para la Real y tanteo para ellos.

Este partido nos los sabemos de memoria, porque el Ciudad de Valencia nunca fue santo de la devoción realista. Todo se convierte en imposible. Dispones de la posesión, sacas más córners que ellos, pero terminas perdiendo con holgura. Entre otras cosas por un penaltito de chichinabo, y dos amarillas que mandan a otro central al dique seco. Navas, Iñigo, Llorente? Otra vez el rodillo que nos pasa por encima en semanas de tres partidos. El entrenador necesitará de nuevo cambiar de intérpretes con la intención de que la melodía siga sonando como nos gusta.

Iñaki de Mujika