Siento mucho que Lucas Eguibar no haya podido alcanzar su sueño en esta oportunidad. Llevaba cuatro años preparando los JJOO de Corea. Visualizó una y mil veces la competición y el circuito que podía servir de escenario para ser feliz. Cuatro años para que choques con un rider rival, te vayas al suelo y cierres de un mal carpetazo parte del camino recorrido. Me levanté pronto para verle. Suelo ponerme nervioso cuando alguno de nuestros deportistas se juega muchas cosas. Esta vez, también. Es optimista por naturaleza, pero intuyo que el palo que se ha llevado es gordo, porque además su compañero Regino Hernández salvó todas las dificultades y pasa a la historia con una medalla de bronce.
Esto es deporte y después de una caída no cabe otra que levantarse, creer en uno mismo y establecer nuevas metas, sobre todo si eres muy joven y te planteas retos que te devuelvan a la normalidad de cada día. Detrás de un deportista convive mucha gente, silenciosa y en la sombra, que pone todo de su parte, para lograr las metas.
Algo parecido, mucho más mediático y trascendente, sucede con el fútbol y con la Real Sociedad. Salimos del Bernabéu escaldados y tarifando, poniendo en marcha el ventilador para que no nos faltara de nada. Lamentable el sálvese quien pueda posterior. No recuerdo un partido que haya dado tantas vueltas en mi cabeza. En otras circunstancias, la directiva hubiese tomado medidas drásticas, pero la inmediatez del partido de ayer, la situación de mírame y no me toques del equipo y las ganas de llegar al final de temporada e iniciar una cuenta nueva determinan aguantar lo que haga falta. Supongo que hay un límite y si se traspasa no quedará otra que calzarse la taleguilla y evitar que sea mayor el chandrío.
Como el único que pone orden en este guirigay deportivo es el capitán, no queda otra que animarle a liderar a sus compañeros y tirar millas hasta que el barco atraque en el muelle del puerto. Esta sensación de duda e indefensión hace que la ciudadanía no sepa qué camino elegir en la rotonda. Unos apelaban a la oportunidad de ser grandes en Europa y tratar de eliminar al Salzburgo. Otros, más temerosos pero igual de respetables, apostaban por la Liga, por poner toda la carne en el asador y sumar cuanto antes los puntos necesarios para certificar la categoría. Hay argumentos favorables y suficientes para ambas tesis. Y como pasamos del nada al todo y viceversa, es imposible adivinar qué vamos a ver.
Primero, un primer tiempo en el que los austriacos me parecieron un equipo formidable con Schlager a lo grande, explotando el rombo para el que no dimos respuesta. Parecieron brillantes en lo táctico, sin rifar un balón, apretando al rival hasta el desquiciamiento y celebrando un gol de tómbola que hacía presagiar lo peor. El valor de los tantos ejerce una influencia psicológica enorme. A la Real el gol en contra le sentó como un tiro.
No preguntéis lo que pienso. Si este equipo fuera fiable, jugase a lo que sabe y reforzase su conducta, afrontaría con ambición las dos competiciones, pero como es timorato, dubitativo, erudito a la violeta, sí pero no, te deja tantas dudas que, sinceramente, no sé a qué carta quedarme. Por eso la cita vespertina de Anoeta era como un problema de incógnitas y ecuaciones. Ver venir. Como tampoco estaba muy al corriente del valor de los austriacos, acudí al estadio anestesiado en el ánimo y emocionalmente frío como un témpano pese a decretarse jornada de viento sur. ¡Loado sea el cielo que se dignó enseñarnos el sol después de cuarenta días y cuarenta noches sombrías y lúgubres! Igual que el equipo.
Como os he dicho antes, al equipo austriaco no le sigo y conozco poco sus entresijos deportivos. Son más conocidos los exteriores, los de su patrocinador, que convirtió a la entidad en un club poco querido por el resto de entidades ante la enorme capacidad de recursos con los que compite. Eso sonaba raro, si lo pones en la balanza del valor real del conjunto. He leído a lo largo de la semana unas cuantas entrevistas de personas que les conocen. Dentro y fuera se hablaba de una superioridad evidente de los txuri-urdin, que debían demostrarla en dos partidos.
En el primero contamos con el debut de Héctor Moreno haciendo dupla con Llorente. Nueva propuesta de centrales. Lo mismo que de delanteros, porque Juanmi y Bautista juntos no se encuentran más que en las partidas de parchís. La entrada de Januzaj tras el descanso y la posterior de Agirretxe dotaron al equipo de algo que faltaba. Odriozola, como siempre, siguió a lo suyo y se fue a la conquista del territorio enemigo. Remató una jugada e igualó la contienda para despertar a la grada, remover conciencias y decir algo así como sí se puede. El tanto del lateral sirvió de revulsivo. La Real se creció y encontró el segundo en el zurdazo de falta que Januzaj mandó al portal de Walke. Faltaban diez minutos. Quedaba hacer lo que no hacemos y, como tantas otras veces, perdimos la ventaja. Nos empataron en el descuento y nos dejaron con cara de idiotas. Odriozola en las declaraciones pospartido apeló a la tradición del club, a lo que somos o deberíamos ser, a la necesidad de hacer autocrítica y a la convicción de que en el partido de vuelta se puede hacer lo que no sucedió ayer. ¡Ganar!