El pasado lunes, cuando acabó el partido de Cornellá, le di un repaso a la clasificación de Primera. No soy muy adicto a comprobar la posición del equipo. Generalmente, si lo hago, es para ver la ventaja sobre los tres puestos de descenso. Tras ello, estiro el cuello y analizo la distancia que nos separa de las plazas europeas. Esta vez, hubo otras cosas que me llamaron la atención. Por ejemplo que, cuando estamos prácticamente cubriendo el primer tercio de la liga, entre los diez primeros se encuentran Espanyol, Alavés, Levante, Getafe, Valladolid y Girona, equipos con pocas paraferlanias y muy normalitos. Por detrás de nuestra posición viven algunos ilustres europeos como Villarreal, Valencia y otros del famoseo. Que la Real comenzase la jornada a cuatro puntos de distancia del Real Madrid (a esta hora, a uno) se hubiera considerado un hito y, seguro, envidiable posición de premio.
Las cosas han cambiado claramente. Ya no es lo que era. El papel y la teoría no lo aguantan todo. Hay mucha igualdad, cualquiera le gana a cualquiera, hasta tal punto que el líder en once jornadas ha cedido tres empates y una derrota. ¿Quiénes ofrecen sensación real de fortaleza?. Muy pocos. La mayoría convive entre el miedo y la desazón, porque a todos les encantaría ganar cada jornada, contar con un chorretón de puntos y vivir una arcadia inexistente. Todos los clubes creen disponer de un plantillón con el que llegar a la luna sin montar en cohete.
Sucede que vivimos en la tierra y que debemos pisar el suelo. Los presidentes bajan a los vestuarios, enarbolan la bandera de la exigencia, les piden más y más a los futbolistas, como si ese fuera el camino del éxito. Al revés, muchos jugadores no aguantan la presión, personal y colectiva, y su rendimiento baja por el miedo a fallar, a los pitos, a los entrenadores, a sus entornos. ¿Qué les libera? Indudablemente, los resultados. Pero no existe una pócima maravillosa. ¡Es todo tan complicado! De ahí se desprende que los equipos sean mucho más versátiles. Anoche, en el primer tiempo, defensa de cinco, con tres centrales, dos laterales largos y ancha es Castilla para el resto de protagonistas. Como aquello no funcionaba? ciaboga y volver a empezar.
Esta semana leía una estadística sobre los disparos a puerta de los equipos. ¡Vamos los últimos! Y a la vista de lo realizado ayer, no abandonamos en farolillo rojo. Es decir, contamos con escopetas sin balines o munición sin armamento. De ahí que los entrenadores, Garitano también, se dejen la vida tratando de encontrar el equilibrio necesario para que el equipo sea efectivo al mismo tiempo que feliz. Los rivales te conocen como si te hubieran parido, porque ahora se juega al fútbol con ordenador, pinganillo, pulsómetros, medidores de aciertos y errores, analistas que se fijan en todo, desmenuzadores de pases e imágenes, correctores de distancias y el VAR que no califico todavía. ¡Procuro olvidarte!
Todo eso está muy bien, pero me entra un sarpullido cuando se pone de moda un latiguillo, frase hecha, que mete gomas a los protagonistas con la manida idea del “esperamos su mejor versión”. El jugador lo lee, lo mismo que el aficionado. Eso pone el foco sobre algunos y facilita que los otros se relajen como si el asunto no fuera con ellos. De verdad, cada día lo complicamos más. ¡Qué difícil es que habite la normalidad! La cancha del Levante, como se han encargado de recordarlo los colegas durante la semana, nunca fue un territorio de besos y abrazos en clave txuri-urdin. Casi siempre salíamos con el rabo entre las piernas. Unas veces, porque el terreno de juego era una huerta sin arar. Otras, porque aparecía un tal Morales, o un árbitro poco postinero, o un chico que atiende por Bardhi que le pega al balón con un arte que para mí lo quisiera, o Chema, un central que lleva dos goles en Primera y los dos contra nosotros. Hace un año en el minuto 44 y ayer en el minuto 4. Como los locales enamoran a su gente desde la normalidad, el técnico granota también se apoyó en una defensa de cinco para que no le pillara el impacto de la artillería contraria. Echó a Morales a la izquierda y jugó a lo suyo. Los valencianos salieron con velocidad endiablada, se encontraron con un gol gratificante, apretaron con pasión y no nos dejaron ni respirar hasta el descanso tras una primera mitad que los antiguos calificarían como paupérrima y misérrima.
Viendo el cariz del partido, las pocas llegadas a la meta de Olazabal, Zurutuza entró para recuperar el plan habitual. Es que un saque de esquina en 45 minutos, y dos lanzamientos de tristura fueron todo el bagaje percutor en el primer tiempo. Agudizó la tendencia con la entrada de Juanmi y la soledad de Illarra en el ancla. Fue como una aparición mariana, porque el equipo cambió de cara, como el maquillaje tapa las ojeras. Aparecieron los vilipendiados de Huesca. Theo y el propio Juanmi se resarcieron de aquel encuentro en el que fueron expulsados. Dos goles en medio del desierto. La guinda la puso ese chico silencioso que atiende por Mikel Oyarzabal al que le quiero un montón y me encanta verle sonreír. A los tres, a sus compañeros, al club, a los seguidores, a nosotros?. la victoria nos viene de perlas. A ver si nos sirve para alcanzar la ansiada normalidad. En el descanso pensé que me iba a la cama sin cenar, por el enfado, mala leche o lo que queráis. Felizmente, también mi cocina volvió por donde solía.