El martes estuve en Beasain. A primera hora de la mañana, en el ayuntamiento, para pagar una multa por meterme por una calle que no debía el pasado julio. Calle que, por cierto, ahora está cortada por obras. Fui atendido por una amable funcionaria que en un santiamén resolvió el problema. Aboné el importe y les deseé felices fiestas. Coincidí en la entrada con uno de los organizadores de la Ehunmilak y hablamos de nuestros mundos. Frente a la casa consistorial está el santuario de las morcillas (entre otras cosas). Como sigan ganando txapelas no van a disponer de sitio para colgarlas. ¡Qué barbaridad!
Salí de la carnicería Olano con un cargamento de morcillas (cocidas y sin cocer), quesos, alubias rojas, hongos, dos ristras de txistorra, jamón, panceta y olvidé el dulce de manzana? Además, ocupan uno de los meses del precioso calendario que este diario ha repartido recientemente. Un saludo a las amables compañeras de marketing para que se animen a regalarme algunos, porque tengo unas cuantas peticiones y varios compromisos. Lógicamente, mientras esperaba turno, porque no dan abasto, hablamos de fútbol, de la Real, del juego, de los resultados. Es algo que sucede todos los días. Si el equipo va bien, ni tan mal, pero como no rule, o rule poco, acabo con la cabeza como las maracas de Machín. Casualmente había un mercadillo con puestos diversos. Con un señor al frente, no de flores rojas de Navidad, pensamientos y otras plantas. Le miré, me miró. Luego, un puesto de delicias de Extremadura. Comprobé también que cuando en la costa sopla el viento sur, cabezón, en Goierri puede reinar una rasca considerable.
Tomé un café con pintxo de tortilla recién hecha, divina de la muerte, a esa hora en la que necesitas tranquilizar el estómago. De una pared colgaba una pizarra en la que se anuncian números de regalo por cada ronda que se consuma mientras juega la Real. Es decir, que anoche, viendo la televisión se debieron juntar unos cuantos. Vuelta por aquí, vuelta por allá. Si tenemos en cuenta el horario del partido, seguro que las copas eran generosas. En un aparador lucía hermosa una cesta de navidad, de esas monumentales. Alguien se la llevaría a casa, si es que se quedó algún cliente aguantando el truño hasta el final. ¡Qué horror!
Terminé más allá del Bidasoa cerca de la una, cuando los franceses comen y se puede hacer la compra con calma. Un quesito por aquí, un yogur por allá. Y tres paradas con gente conocida a la que hacía mucho no veía. ¿De qué creéis que hablamos? ¡De la Real! ¡Cómo no! El día anterior había jugado el Alavés en Mendizorroza, sin goles. No fue un partido cautivador. Cabían todo tipo de especulaciones. Que si les cuesta ganar, que lejos de su campo son menos fuertes, que parece que han bajado el rendimiento, que si la abuela fuma? La realidad es que llega otro equipo que se adelanta en el marcador y que se lleva los puntos para desesperación del respetable. Era una jornada para rematar con alegría un día tan tradicional. Tiempo estupendo, olor penetrable de txistorra que el viento sur expandía por todas partes, dentro y fuera de un estadio ansioso por ver ganar a su equipo. La alineación ofrecía novedades con la presencia inicial de Elustondo, Llorente, Zurutuza y Januzaj. No pasó demasiado tiempo para que nos pusieran de nuevo la misma película. El contrario se adelanta, prietas las filas, defiende con todas las de la ley el preciado botín. Te espera y te desespera. El mismo rollo de casi siempre. Te hinchas a sacar desde la esquina. No sé cuántas veces en el primer tiempo. Casi da lo mismo. Luego, las cabalgadas laterales, los centros endemoniados y ni una sola bota que rompa el balón y lo mande al fondo de la red. Dominio, posesión, temblores y más dudas que un chico de letras en un examen de física.
Indigestión. Llegamos al descanso con el marcador en contra. El Alavés se mostraba entre correoso y bizarro. O las dos cosas al mismo tiempo, sin renunciar a profundizar en la herida y cazarte en cuanto te descuidaras. El tiempo del bocadillo fue de pan duro, chorizo seco y la grasa fría. Incomible. Piensas y piensas (otra vez las maracas) dando vueltas a la cabeza recordando situaciones poco idílicas por conocidas y repetidas. Como de esto nos han servido raciones varias, intuía que las cosas iban a seguir por derroteros parecidos. Tristemente, así fue. Todo el segundo tiempo fue un calco. Hubiera deseado estar de charla en una comunidad de teatinos o trinitarios, en lugar de amargarme con un más de lo mismo.
Lanzamos todos los saques de esquina de la misma manera con el mismo resultado. Me parece un penalti como la copa de un pino la mano dentro del área que el VAR, Rita la Cantaora o su prima la Tacones, deciden no pitar y es cuando me harto de tanto mamoneo en este tipo de jugadas que crispan y deterioran la confianza en el invento que ocupa a una legión de turistas uniformados.
Partido indigesto y descorazonador. Entre la ansiedad del equipo, el desánimo de la grada y las dudas que se ciernen, cierro el año con una depresión del diez. Espero que el sorteo de la lotería y el Bidasoa esta tarde me levanten el ánimo, porque, de lo contrario, el que no come turrón soy yo. Se me están quitando las ganas.