Seguro que le temblaban las piernas cuando con la derecha golpeó el balón ante miles de espectadores, muchísimos más de los que habitualmente le siguen en las pruebas que compite. Le conocí unas navidades de hace dos años (2017). Nos cruzábamos mensajes acordando una larga entrevista, de esas que duran una hora en la sintonía de Onda Vasca. Un día, por fin, nos conocimos y encontramos una muy buena sintonía. Es muy buen chaval. Hace mucho tiempo un afamado periodista se atrevió a decir en su nocturno programa de radio que lo mejor del deporte eran los deportistas.
Se enfadaron entonces los dirigentes, los preparadores físicos, los técnicos, los árbitros, los médicos, los fisios, los entornos porque también ellos forman parte del entramado general. Pasado mucho tiempo y en la convivencia con centenares de practicantes con los que he podido charlar, con micro y sin micrófono, entiendo aquella visión, la certeza de que la mayoría son personas que merecen la pena y de las que debes aprender muchas cosas que se relacionan con valores, compromiso, esfuerzo, renuncias
Iraitz Arrospide está en esa dimensión. Aquella primera vez hablamos mucho. Casi empezaba a ser atleta, hacia pinitos en la competición, ganaba alguna carrera, pero soñaba, sobre todo soñaba. Quería llegar a ser un gran atleta. Quería que le hiciesen caso, que le dieran bola, que le conocieran. Le animé a entrar en las redes sociales y creó cuentas en Twitter, Facebook e Instagram. A través de ellas narra sus andanzas, explica los entrenamientos, las pruebas que disputa, las experiencias. Siempre desde la lejanía de Sheffield, la ciudad inglesa en la que vive. Es ingeniero de gran capacidad y está en una empresa de motores para aviones, o algo parecido. Soy muy torpe en estas cuestiones. Vive con su pareja y su hijo, preocupado por el brexit y su futuro incierto.
Madruga para entrenar y llega a casa bastante tarde, porque no hay día que perdone las sesiones de preparación, ni descansa en la búsqueda del mejor estado de forma. Elige un calendario en el que compagina pruebas y trabajo profesional. Corrió la última edición de la Behobia, al mismo tiempo que los medios le daban como favorito. Se metió más presión de la necesaria y no disfrutó. Mejoró un puesto respecto de la edición anterior y terminó en segunda posición. Era un ensayo general para el inminente maratón de Valencia. Allí despejó todas las incógnitas. Firmó un tiempazo (2h13m23s) y encontró el reconocimiento que buscaba.
La marca y el éxito se le podían haber subido a la cabeza. Para nada, porque sigue siendo el mismo atleta que necesita que le ayuden, que busca patrocinios, marcas que le proporcionen el calzado, los complementos vitamínicos, la ropa Lo último que ha desencadenado la catarata de la alegría en este chico de Villabona se relaciona con el título de campeón del mundo en los 50 kilómetros. Una barbaridad al alcance de muy poca gente. El título no ha pasado desapercibido para el club cuyos colores defiende. La Real Sociedad valoró el esfuerzo y lo que suponía tal conquista y le propuso el saque de honor de ayer.
“Hasta que salte al campo, no me lo creo. No sabes el honor que supone”, respondía al mensaje de felicitación enviado cuando se supo la noticia. Ni en sueños podía soñar un momento como ese. Compartimos mesa el pasado viernes con motivo del Beasain Football Fest, un proyecto que trata de acercar el fútbol al pueblo y apoyar a la cantera. En el anecdotario, relatar el apuro que pasó cuando al tener que poner el ticket de la OTA solo disponía de libras esterlinas. Y las máquinas, obviamente, no prevén esta situación. Espero que no le recetaran una dolorosa.
En el agradable restaurante Urkiola, con el olor cercano de las imponentes morcillas de Olano, hablaban de sus mundos, tanto Iraitz como Ane Etxezarreta, Iker Irribarria, Julen Goia, Joseba Amunarriz, José Luis Ribera, Kepa Lasa, Mikel Apaolaza. Todos intercambiando experiencias y descubriendo cómo son los caminos de cada uno.
Arrospide explicó su realidad y no dudó en asegurar que golpearía el balón con el pie derecho, “porque si le doy con el otro me caigo”. Santísima casualidad, los dos goles de la victoria los firmaron dos zurdos. Hicimos risas y a la noche, después del homenaje que le tributaban en su pueblo, al que acudió vestido con un polo de la Real Sociedad, escribía: “Eskerrik asko. Lo he pasado muy bien. Ha sido una tertulia y una sobremesa cercana y amigable. He estado muy a gusto”. Comió como los mayores, disfrutó de cada plato (no es para menos porque los bordan) sin hacer caso al dietista y nos despedimos después del café.
Ayer estaba atento a cada uno de sus pasos, porque es un chico humilde, que no está acostumbrado a semejantes vaivenes. Cuando oyes a la gente aplaudir de tal manera y valorar lo que significa ser campeón del mundo corriendo 50 kilómetros, durante casi tres horas, sientes emociones indescriptibles, porque sabes lo que le ha costado llegar. No las olvidará jamás. Lo mismo que el partido, porque no es fácil salirse de un cartel que apuntaba a una eclosión estelar de sentimiento txuri-urdin, el suyo el de aquel chaval que estudiaba mucho y sacaba unas notazas Lo mismo que la Real ante el duro examen frente al líder de la tabla. Tocaba fiesta y los jugadores debían intentarlo por todos los caminos. Y lo lograron para que no faltara de nada. Fue un pulso espectacular en medio de un ambiente que no se parece en nada al que hemos soportado tantos años, frío y desangelado, que incluso nos obligaba a transmitir con prismáticos.
No los necesitaron ni Oyarzabal, ni Mikel Merino ni Martín Odegaard, como si fueran Las Tres Gracias de Rubens, para diseñar una jugada de gol con un punto de fortuna. Veloz y vertical contraataque que abrió la lata, pocos minutos antes de que Nacho Monreal metiera la cuchara en el caviar. ¡Qué debut de este chico que quería venir a defender la camiseta con el 20! Lo mismo que Odegaard, cuya zurda pone caramelos con coloristas envoltorios a diestro y siniestro. Es una preciosidad verles jugar al fútbol. Iraitz se fue a casa encantado de la vida, lo mismo que tú y tú y tantos otros.