Cuando le conocí era un niño de unos doce años. Rubio, de ojos azules, cariñoso, educado, asustado y sorprendido. Llegaba a casa de unos amigos que le acogían durante los meses de verano. Estaba afectado por la explosión de la central de Chernobyl y su salud sufría quebrantos. Vladislav era su nombre, aunque todos le conocíamos por “Vladis”. Aterrizó en un avión junto a otros niños que procedían del mismo lugar. Todo su equipaje consistía en una mochilita. Dentro traía el pasaporte, un cepillo de dientes, un par de mudas y una fotografía de sus padres. Correspondía al día de su boda, ataviados con el traje típico de Ucrania. No hablaba ningún idioma que no fuera el suyo, pero aprendió castellano a gran velocidad. Se fijaba en todo. La inteligencia le ayudaba a procesar las cosas de modo admirable. Era muy futbolero y su ídolo no era otro que Andrij Shevchenko. Entonces militaba en el Dínamo de Kiev. Le gustaba hablar de fútbol. Disfrutó mucho el día en que acudió a Anoeta
En ese primer verano o en otro posterior, la Real jugaba en Garmendipe un amistoso frente al Lagun Onak. Sabía a lo que me dedicaba y le llevé a ver el partido. Al final nos quedamos unos minutos esperando a que salieran del vestuario Edgaras Jankauskas y Dmitri KhoKhlov. Se detuvieron a saludar. Les expliqué quién era y hablaron todos en su idioma. Los dos se mostraron muy cariñosos con el chaval. Alucinaba, porque le pareció un sueño poder charlar con jugadores de primer nivel que eran inaccesibles para los niños como él. Procedía de una población muy pequeña, casi pastoril. Vivía con sus padres, una abuela y su hermano pequeño en una casa muy humilde. En invierno soportaban temperaturas que alcanzaban los veinte bajo cero. Contaban con algo de ganado, del que vivían y comían. ¿Lujos? Ninguno.
Cuando llegaba el momento de las despedidas, allá por septiembre, iba cargado de maletas y paquetes. Volvía con mucha ropa, productos de alimentación y lo que hiciera falta con el fin de que las cosas fueran lo más llevaderas posible. Aquel niño fue creciendo y gracias a las ayudas pudo estudiar. Se dio cuenta muy pronto de lo que aquello suponía. Se licenció en medicina con los años, se enamoró de la madre de su hija y hoy trabaja en un hospital de Ucrania, en Ternópil que es la ciudad en la que reside. No está lejos de Kiev, ni de las fronteras con Moldavia y Polonia. Os podéis imaginar que estos días le he recordado un montón de veces, porque personas como él, con todo lo que llevan en la mochila del camino, no se merecen lo que están soportando. Las últimas noticias que me llegan se refieren al traslado por carretera de su mujer e hija hacia la frontera de Polonia, tardando una hora en recorrer quinientos metros. La intención era dejarles en la frontera y regresar a la guerra. No sabe lo que es un arma y en su vida ha pegado un tiro, ni con una escopeta de plástico cuando jugaba siendo niño. Por su casa no pasaban los magos de Oriente, ni cosa parecida. Seguro que se hace mil preguntas sin obtener respuestas.
Por lo general, nos encanta quejarnos. Cuando conoces situaciones como la que os acabo de relatar da un poco de vergüenza lloriquear. Mientras a esa gente la piel se le hace jirones, los demás nos sumimos en la crítica con los sistemas que utiliza el entrenador, la elección de jugadores para los partidos decisivos, el txupinazo de carnavales, los desfiles de disfraces, la crisis de un partido político, el precio del gas y de la luz, además de la gasolina. Lo mismo que la temporada de la sidra, el uso de mascarillas en interiores y otras cuestiones que nos pueden parecer trascendentales. En esta sociedad de contrastes tan brutales, viene bien resetear y tratar de situarse en el punto exacto. Aparece en mi memoria un libro de José María Diez
Alegría, cuando se preguntaba qué credo daba sentido a su vida y encontró la esperanza. Es lo que debiera hacer la Real después de los últimos resultados, la consecuencia de los mismos y lo que se sustancia tras las decepciones. Con los lesionados a cuestas, las ausencias notables, la llegada de Osasuna significaba la primera oportunidad para reencontrarse y afrontar desde la nueva casilla de salida, el camino hacia el objetivo que ahora se persigue. Lo entendió el entrenador que dispuso una alineación inesperada. Pienso en el concurso del restaurante Txuleta. Sería maravilloso que los participantes trataran de adivinar el once inicial. Seguro que el ganador conseguía una pata de vaca como premio. No hay individuo en la tierra capaz de acertar la escuadra de salida. No fue un encuentro de chuparse los dedos, quizás el balón circuló más despacio de lo recomendable, pero a estas alturas del ejercicio lo único que sirve es sumar, sumar y sumar. Más allá de la victoria que vale su peso en oro, encontrarte con Asier Illarramendi, con el brazalete de capitán, la eterna sonrisa, disputando setenta minutos de juego conlleva un plus. Lo mismo que descubrir las características de Najs en una banda, las de Ander Martín en la otra, las de Alex Sola, las de Gorosabel en la izquierda y las de Aritz Elustondo, siempre dispuesto a llenar de titulares las crónicas de un partido.
Su gol fue determinante porque decidió el encuentro. Lleva cuatro y todos han sido decisivos. El beasaindarra es un integrante de la defensa que un domingo más se comportó de modo impecable junto a sus compañeros de línea. Otra puerta a cero, con una disciplina táctica a prueba de bombas, y con Pacheco y Le Normand transmitiendo un aplomo enorme, sin perder de vista a Remiro. Todo era necesario en eso que llaman “partido táctico” en el que no quedó nada en manos de la intuición. Se conocen mucho los dos entrenadores como para sorprender desde planes imprevistos. Una acción a balón parada, los famosos pequeños detalles, dejaron los puntos en casa, rompieron la dinámica de los últimos resultados y servirán, eso espero, para llevar con normalidad la travesía hasta llegar a puerto. Es cierto que todavía esta semana quedan flecos del desmadre competitivo y que el equipo disputará dos partidos lejos del hogar. Recuperará el de Mallorca y visitará el Bernabeu. ¡Hay tarea!