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Galleteros, pincharratas, colchoneros…

No sé quién fue el inventor o a quién correspondió la idea de adjetivar a los equipos de fútbol con epítetos (epithetum constans) que les identifiquen respecto de los demás y determinen una cuestión consustancial a ellos mismos y a su entorno. Muchos aficionados recordarán que al Beasain le llamaban vagonero, al Touring, galletero, al Bergara, mahonero, al Real Unión, fronterizo, al Aloña, txantxikus, al Mondra, cerrajero… Podríamos seguir. Han pasado tantos años que incluso las razones que motivaban esa terminología han desaparecido. Por ejemplo, en Errenteria ya no existe aquella fábrica de galletas Olibet. Recuerdo que de críos nos llevaban para comprar unas bolsas enormes que rellenaban con los recortes de las que se rompían y no podían venderse en las cajas. Por una peseta te ibas a casa con un paquete más grande que tú.

Tal vez se trate de una idea importada. El fútbol inglés está plagado de apodos y sobrenombres. Los toffees del Everton recuerdan una tienda de dulces cercana a Goodison Park que en su día regalaba caramelos a los espectadores. Es fácil reconocer a los reds de Liverpool, a las urracas de Newcastle, a los villanos del Aston. El Arsenal convive con gunners (pistoleros) porque fue fundado por trabajadores del depósito de armas Royal Woolwich Arsenal.

Lo mismo sucede en Argentina con los millonarios de River o los xeneizes de Boca. Siempre mejores que los funebreros de Chacarita Juniors, fundado por trabajadores del cercano cementerio. Pero de todos los nombres que circulan ninguno como pincharratas de Estudiantes. La teoría que circula hace referencia a los estudiantes de medicina que experimentaban con roedores en los laboratorios.

La liga de Primera aquí no es ajena a esa moda implantada. En Barcelona se distingue claramente entre culés y periquitos no hay confusión posible. En Sevilla, a los seguidores del Betis les encanta llamar a sus contrarios palanganas, por el antiguo color blanco con ribete rojo con el que entonces se fabricaban. El Villarreal se convirtió en el submarino amarillo o el Albacete en queso mecánico, sin perder de vista a los leones de San Mamés, a los merengues del Bernabéu.

Traigo todo esto a colación porque anoche nos visitó el equipo colchonero. Hoy conocemos una amplia diversidad. Los hay de látex, de espuma viscoelástica, de agua, futones, hinchables. Quedan atrás los de muelles y, sobre todo, los de lana. Precisamente, estos que se usaban hace muchas décadas estaban hechos de tela a rayas como la camiseta del club rojiblanco. De ahí, el sobrenombre. De aquel equipo ya no queda casi nada. El nombre, la camiseta, el escudo y la necesidad de competir con los más grandes. Nada más.

Anoeta, pese a los chaparrones, ofreció un césped impecable en el que jugar y disfrutar. Martín Lasarte tiró de guión y repitió equipo con el cambio de Zurutuza por Elustondo.

Quique Sánchez Flores se decidió por Antonio López en lugar de Filipe Luis, quizás para atar mejor a Xabi Prieto, piedra angular del proyecto realista o quizás para dar más equilibrio a su pareja de pivotes, más creativa y atacante que otra cosa. Pero todos los planes duran lo que duran, sobre todo si a los doce minutos un gran pase de Griezmann lo mandan al fondo del portal la fuerza de Llorente y la duda de Ujfalusi. Un primer tiempo de gran talla atacando y defendiendo, dejándose la piel sobre el terreno. Es lo que agradece y valora su afición sea cual sea el resultado final.

Iñaki de Mujika