Leo con mucho interés la noticia que se relaciona con los puestos ambulantes de venta de churros. El consistorio donostiarra abre la posibilidad a la instalación de nueve chiringuitos en diversos puntos de la ciudad. Se convoca un concurso para que quienes estén interesados presenten sus propuestas y demás asuntos administrativos. Pondría como condición que la hora de apertura coincida con los desayunos y no con el aperitivo, hecho que sucede habitualmente en muchas de nuestras poblaciones. Se trata de mojarlos en el chocolate o en el café con leche, no en el txakoli de Getaria.
Aprovechando que hace una semana la competición se detuvo en Primera División, decidí garbearme por el sur, por Cádiz y sus atractivos alrededores. Sol radiante, temperaturas más que elevadas y una pinta de chancleta que te mueres. Paré unos días en Sanlúcar de Barrameda, allí donde desemboca el Guadalquivir. Nunca desayuno en los hoteles, porque disfruto pateando las calles, viendo el comportamiento de la gente, los ritmos de vida de unos y otros y, para qué ocultarlo, porque me apasionan los churros y las porras. La calle Ancha está plagada de terrazas en las que la gente se sienta para tomarse unos molletes con aceite y jamón, otras tostadas y los referidos churros.
En el 58 de esa calle está El Campana. Si por el humo se sabe dónde está el fuego (cantable de Doña Francisquita), por el olor no hay duda que vas en la buena dirección. Un montón de veladores ocupados y una mesita que se vaciaba. ¿Puedo sentarme? Afirmativo. Unos cuantos camareros atienden al personal. Raudos y veloces desde el punto de la mañana. Solicito un café con leche (un chocolate espeso con 28º no entra), un zumo de naranja natural y un cucurucho de churros que llegan envueltos en papel de estraza. Esta vez decliné y pasé de largo de las porras. Venían bastantes, algo así como una ración vasca y no de esas Rakitics. Generosidad, con su azuquítar y todo. ¡Gloria muy bendita! Hice una foto y guardé la factura. Es una costumbre de siempre para los incrédulos, para los que no creen que por ese desayuno, en terraza de calle peatonal, aboné 4’20 euros. Precio para un señor homenaje. Se lo conté a una amiga que regenta aquí un local de restauración. Fue muy concreta. “Si cobro eso, no me llega para pagar a los proveedores”. Luego, visité iglesias y conventos, administraciones de lotería, puestos de quincallas, pastelerías y panaderías, pateando sin prisa. Todo lo que se vende está a la vista, en la calle, y la gente salsea y curiosea con habilidad.
Si hubiera viajado a Graz, el plan sería semejante. Eso sí, churros ni por el forro. En esos países acostumbran a meterse desde primera hora una barbaridad de cosas. Platos vegetarianos con lechugas y pepinillos, mortadelas, huevos pasados por agua, y un café con tostadas, mantequillas y mermeladas. La verdad, no estoy preparado para semejante festín. Hubiera recurrido a la tradicional tarta Sacher y un cafelito con leche. Ignoro, lo que desayunaron ayer nuestros chicos, pero seguro que ni porras, ni churros. Tanta dieta y tanta cosa que se ha instalado en el deporte. Soy muy respetuoso, pero de vez en cuando una alegría…eso era lo que esperaba. Tres puntitos de valor que mantuvieran vivas las opciones del equipo para futuras y mayores empresas.
En el primer tiempo estuvimos lejos de semejante conquista. Sin pecar de exagerado llegué al descanso con principio de jaqueca. ¡Qué mareo! De aquí para allí, ida y vuelta, y muy pocos momentos de quietud para hilvanar jugadas peligrosas. Quizás la más granada fue la última del primer periodo, cuando un reverso de Isak le habilita hacia la portería austriaca. El centro era de gol, pero le pilló a Silva con la pierna menos buena y el balón se fue lejos del objetivo. Para entonces, un Sturm Graz superfísico, una nariz de Le Normand medio chafada, la lesión de Zubimendi y la sensación de que las cosas deberían cambiar bastante para ganar. El primer brote verde del segundo tiempo llegó en el remate de Merino a la madera. ¿Era un síntoma o un churro? Pareció más lo primero que lo segundo, porque minutos más tarde un centro chut de Portu no encontró el rematador que necesitaba el balón.
Aunque rascaban unos, las tarjetas se las llevaban otros. El guión era muy diferente al del primer tiempo. Más dominio, más fútbol, más ocasiones y un gol. Un churro de gol, pero valiosísimo. Menos mal que el VAR no vio cosas raras y el tanto de Isak subió al marcador. Era cuestión de guardarlo hasta el final y si se podía cazar un segundo que cerrase el partido, mejor que mejor. Jugadas hubo para conseguirlo, pero… El tramo final fue el de las habituales incertidumbres cuando los marcadores son ajustados. Una manopla a tiempo de Remiro, la presencia en el campo de Turrientes y Lobete, la alegría de los seguidores, una de Portu con tacón incluido, otra de Beñat al larguero, la taquicardia acelerada. En fin, lo de casi siempre. Como quiera que el Mónaco le daba para el pelo al PSV, el panorama pinta guay. Otro partido sin encajar un gol y primera victoria en esta competición en la presente temporada. Salvo aquel primer partido del Camp Nou, el equipo se mantiene vivo en todos los encuentros disputados. Ni tan mal. ¿A qué no adivináis lo que voy a desayunar esta mañana?
Apunte con brillantina. La llegada de las nuevas tecnologías permite cosas insólitas. Por ejemplo, ayer en el descanso, la Real se comunicó con los aficionados presentes en el estadio, a través de su cuenta de twitter para indicarles que veinte minutos después de acabar el encuentro, iban a disponer de varios autobuses para poder trasladarse al centro de la ciudad, y que los autocares realizarían varios viajes. ¡Cómo ha cambiado el cuento!