Mis domingos, supongo que también los suyos, son como Extremadura. Se dividen en dos. Cáceres y Badajoz. La mañana de ayer en Sevilla asomó soleada después de los chaparrones de la noche anterior. Como tantas veces me fui a La Giralda, esta vez con Mikel Rekalde, cuya crónica probablemente acaban de leer. Queríamos montar en calesa. El caballo, al vernos, se teme lo peor. Mueve de inmediato la cabeza con ostensibles signos de negación. No por él, sino por mi. Cuando siente “la carga” relincha y después de cuarenta minutos de vueltita nos devuelve al punto de partida.
Al lado está el “Laurel de Baco”, taberna del barrio de Santa Cruz en la que es obligado entrar. Se peta todos los mediodías. Dos finitos y un platito de jamón. 9, 85 euros. Pagamos y dejamos quince céntimos de propina. Al instante el camarero tira de una cuerda con campana. “Talán, talán”. En ese momento callan todos los clientes. “Propina. Cómo se nota que son de fuera”. Se te clavan doscientos ojos, te pones rojo de pelotas y se despiporra el beaterio.
Dos portales más arriba, “Casa Nicolás”. Dos finitos y un platito de gambas de Huelva. “Abarrotao”. 11.75 euros. También tiene cuerda y campana. Esta vez, veinticinco céntimos. Aquí el campanazo es más redondo. “Tolón, tolón” y el camarero sevillista, voz de Pavarotti. Se le oye desde la calle. “Propina, cómo se nota que no son der Beti”. Cuatrocientos ojos y más rojos que antes. Luego, comemos con Manolo, un seguidor realista de Lepe, que tiene a la virgen de su pueblo “desgastá” de tanto rezar y pedir por el equipo. ¡No le queda ná!.
Pero les he dicho que los domingos se dividen en dos. La mañana es agradable y simpática. Pero la tarde, ¡ay la tarde!, es un calvario hasta en carnavales. Goles de verbena, errores de principiante y la sensación de siniestro total. Ayer fueron Dani y Robert quienes nos apuntillaron, aunque antes de eso nos hicimos el “harakiri” tocando palmas y pitos. Y es entonces cuando se te atragantan los finos, el jamón, las gambas y su pastelera madre.
P.D.- Espero y deseo que Mikel Rekalde no se cabree por descubrir cosas de su vida privada un domingo por la mañana en Sevilla. La tarde, sin comentarios