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Valencia

He venido muchas veces a Valencia y quizás este último viaje me descubrió cosas casi olvidadas. Cuando el invierno es crudo, los aviones no son fiables y las carreteras se hielan, el tren sigue siendo un medio de transporte que merece la pena. Por eso, subí al vagón. Sin prisa y con la posibilidad de sentarme ante el ordenador y contarte historias.


Pese a los rumores, la ciudad del Turia lucía palmito de sol. Cogí un hotel céntrico, muy cercano a la Estació del Nord, en la calle Xátiva que colinda con la Plaza de Toros, habilitada en esta ocasión para un circo de esos que siempre se llaman "monumental". Pateé el centro, las peatonales, la Plaza del Ayuntamiento, hasta dar con mis huesos, o más bien posaderas, en una terraza del Carrer Ribera.

Las mesas están copadas de gente de todas las edades. Sábado y hora del aperitivo. Pega el sol de invierno y se está muy a gustito. Antojo una jarra de cerveza y una tapita (media ración) de paella que atrae en la barra recién salida del fuego. ¡Gloria bendita!. "Los Toneles" gozan de buena salud y crédito entre los ciudadanos. Lugar estratégico y solicitado. Merece la pena. No sé cómo se comerá dentro, porque pared con pared se encuentra "Gynos", restaurante italiano del grupo Vips. Ensalada mediterránea de pasta, escalope milanesa y café.

El Nou Estadi del Levante dista bastante del centro de la ciudad. Siete euros de taxi. Transporte fiable a una hora de poco tráfico. Luego, el partido, el buen juego, los goles y la victoria que te producen siempre relajo y satisfacción. Cuando se gana, el cromo cambia bastante. Sin prisa, opto por volver en transporte público. Me gustan los tranvías. En la misma puerta del campo hay una parada que conduce hasta Benimaclet. Cuatro estaciones y trasbordo para subirte al metro y hacer camino pasando por Universitats, Alameda, Colón y Xátiva, final del trayecto. Por un euro y un poco.

Hoy madrugué para volver. Noche cerrada. Alborea poco después de la salida. El firmamento se enrojece sin vergüenza. Mucha niebla en el camino. La Mancha despierta su paisaje y atisbo al fondo los molinos de Campo de Criptana y los todo terreno diseminados por los trigales helados, buscando con perros adiestrados las piezas de caza que persiguen sus escopetas.

Concluyo con el repaso de algunos viajeros del vagón que me llaman la atención. Muy cerca, a la derecha, una pareja de jóvenes orientales que vienen medio dormidos y cuando no lo están, se atacan y filetean. Tres filas adelante, una pareja de hombres árabes, porque sus rasgos y el idioma les delatan. Más allá, acierto a ver el gorro típico de los israelíes. Esto conlleva la convivencia en el mismo espacio de personas de diferentes credos, sin el menor sobresalto.

Camino del evacuatorio coincido con un chico joven con pinta de existencialista, filósofo. Tras él, un músico con su instrumento y un ordenador última generación con el que trabaja o divierte. A mi espalda un solitario hombre que ronca y ronca, ayudado por el pequeño trajín de un tren que se acerca al destino.

Iñaki de Mujika