Me levanté este viernes a las siete menos cuarto de la mañana. Destino Gran Canaria. Dos aviones, dos vuelos y vaya usted a saber qué suerte depara la jornada. Dejé anoche las maletas hechas. Todo preparado. Levantarse, ducha, zumo de naranja y al aeropuerto. Paso antes por el kiosco de Javier Celaya y compro tres periódicos.
A las 09.05 sale el avión. Puntual. Creo que damos una vuelta antes de aterrizar, aunque el viento sur es posible que frene. Son las 10.00 y pisamos tierra. El enlace a Las Palmas está previsto a las 10.55, embarcando media hora antes. Letra K87. Paseito y espera. Entramos al avión a la hora prevista para la salida. Aceptable. Pasan los minutos. Minutos y más minutos. Todos sentados.
120 personas se impacientan porque no hay nadie capaz de dar una sola noticia. El personal de la nave trata de explicar lo inexplicable. Por fin, habla el comandante. No dice nada serio, ni profundo. Comenta algún desajuste, alguna avería de pequeña monta que crea aún más desazón en los pasajeros. Cierto tifus de motín. Hay gente que se quiere viajar del avión, porque no se olvida que otros canarios murieron no hace mucho en un accidente.
Orden de armar puertas y rampas. El avión sale marcha atrás y se orienta. Cincuenta metros después, media vuelta y de nuevo al "finger". El comandante dice que no despega porque luego deben volver desde Gando a Barajas y eso supondría hacer más horas de las reglamentarias. Ni averías, ni nada. Huelga de celo. Bronca generalizada en el avión. Nos hacen descender de nuevo a la terminal, hasta que una nueva tripulación se haga cargo de todo.
Finalmente, tres horas más tarde, a las 14.00 se inicia el recorrido. Tampoco la suerte acompaña porque el fuerte viento del sur nos hace ir más lentos. ¿Qué hemos hecho para merecer esto?. Nos movemos más que las maracas de Machín y el aterrizaje en Gran Canaria parece un centrifugado de lavadora. Las maletas tardan como siempre y a las 18.15 (una hora menos en las islas) cojo un taxi camino del hotel en la Playa de las Canteras.
Checking, ducha y taxi. Al Corte Inglés. Planta séptima. Cafetería. Son las siete menos veinte y me dispongo a comer. Mejor devorar. Me dolía la cabeza, no sentía las piernas. Un drama. Reparados los niveles estomacales, aún elegí un par de camisas en la planta de oportunidades. Moñoñas. Las estrenaré pronto en la tele. Otro taxi.
Una vuelta por el paseo. Sopla el viento. Olas están enormes, grandiosas. Jóvenes que hacen surfing. Anochece. Retorno al hotel. Pongo la tele y coincido con la paliza que se están pegando Nadal y Verdasco. Llevan cinco horas de partido y alcanzan el quinto set. Sudan y sudan, porque el calor en el Rod Laver Arena se hace insufrible. Nadal se impone y accede a una nueva final con Federer. Creo que es la decimonovena. ¿Qué fuerzas le quedarán?.
Confirmo que la Real está ya en la isla. Lo suyo ha ido normal. Menos mal, porque mañana se disputa un partido de tronío. La Unión Deportiva es el objetivo irrenunciable. Como viajar en tren. Esto de los aviones como poco es lamentable.