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Aquellas galletas que adelgazaban…

La publicidad hace milagros y lo que te cuentan en los anuncios suele ser creíble, porque los ciudadanos son receptivos a cualquier novedad. Incluso se animan a su adquisición, si el precio se pone a tiro. Hace cuatro décadas las personas amplias lo eran porque sí y no se hablaba de dietas milagro, ni de colesterol, ni de esas cosas con las que te bombardean día a día. Cada uno era feliz a su manera y no decía "no" a unos huevos fritos con patatas y chorizo.

 


Aparecieron en el mercado unas galletas que se vendían en las farmacias. En teoría, adelgazaban. "Minvitín" era la marca. Creo que me comí unas cuantas cajas, porque estaban buenísimas. Si aquel producto que garantizaba la pérdida entre medio y un kilo diario, hubiese ejercido como tal, a estas horas uno se paseaba por los estadios como una crisálida en estado puro y no como una mesa camilla con faldón y sin esperanza.

Juanma Lillo es como la caja de galletas. Termina el partido con el Hércules y cuenta una historia. La suya, la de una lectura personal y pasional que defiende a su equipo y lo que hace, aunque pierda como ayer. Miras la clasificación y te deprimes. Lo mismo que el beaterio. La gente, cuando su equipo se deja los puntos en el camino, especula con la falta de condición física, la falta de presión al oponente, los malos centros al área, la poca tensión y experiencia en los momentos decisivos…sumiéndose en una dolora.

Salí de Anoeta con la decepción a cuestas, mascullando pensamientos. Ni siquiera el recurso de echarle la culpa al árbitro. Nos meten un golazo antes de decir buenas tardes. Volver a empezar, como en la película. Es decir, tratar de levantarte con tus argumentos y buscar la fórmula de doblegar a un oponente cargado de buenos futbolistas y oficio. Dos patadas pronto a Xabi Prieto para hacerle desaparecer. Presión agobiante sobre las bandas para obligar a jugar por dentro y permiso a los centrales para que te manden lavadoras por los aires a los puntas bien atados. ¡Ni un buen centro en toda la tarde!. Lo mismo que otros tantos sábados o domingos. El Hércules, con la lección requete aprendida, impasible el ademán.

A esta hora somos el equipo menos goleado de la categoría, pero en veinticinco partidos hemos marcado veinticuatro goles. Son muy pocos. Para ganar partidos, además de defender, la pelota debe llegar al fondo de las metas rivales. Y cuesta. Cada vez más. Salí de Anoeta, como he dicho, con la decepción a cuestas, mascullando pensamientos y me acerqué a la churrería rodante, para comprar una docenita de churros azucarados que me endulzaran. Se habían terminado. ¿Cómo las ilusiones?.

Iñaki de Mujika