Hacer un programa de televisión no es fácil. Respeto, por ello, a quien se pone delante de una cámara, tratando de conectar con los hogares y con los ciudadanos imaginarios que se supone están detrás de la espada de Damocles, ese piloto rojo que te taladra cada vez que alzas la mirada. Hay más. Antes de todo eso es necesario dotar de contenidos al programa. Aquí se mezclan capacidades, ingenio y el juego de los invitados. Encuentras personajes que aceptan la invitación a gusto, en tanto que otros lo hacen más por compromiso.
Cada lunes, en el programa Tiempo Real de Gipuzkoa Telebista, comparto plató con personas vinculadas al día a día del equipo, preferentemente de su plantilla de jugadores profesionales. Son individuos de carne y hueso, normales, como la gente de la calle. Unos son conocidos. Otros, no tanto. Ese es el caso de Iosu Esnaola, el central que comparte objetivos con sus compañeros, aunque hasta ahora no haya dispuesto de oportunidades que le permitan medirse y demostrar que su 14 vale.
Vive en el ostracismo. Esta temporada no sabe lo que es una convocatoria y menos un partido oficial. He querido que fuera el invitado en el programa de mañana. Declina la invitación porque entiende que no es noticia y su papel no ofrece demasiados elementos para mantener una charla. Es entonces cuando reflexionas sobre el trabajo y relación con los futbolistas que están como si no estuvieran. Los informadores cometemos muchas veces el error de surfear sobre la ola de la actualidad, perdiendo el horizonte y los paisajes del camino. Con Esnaola no he cruzado una palabra en mi vida, pero entiendo que no lo está pasando bien. Sin conocerle de nada, valoro que no haya dicho una palabra más alta que la otra y que siga acudiendo a Zubieta con la misma ilusión del primer día, sin desanimarse. Eso, le honra.
Por eso quería darle bola. Cuando nadie se acuerda de ellos, cuando nadie valora públicamente su actitud, ni sus esfuerzos, es cuando creo que debemos estar más cerca. Esnaola, Charly, Eñaut, Sarasola, Viguera…también son cantera y pertenecen al proyecto del futuro. Lo mismo que Cadamuro, Idarramendi y Zurutuza, cuya renovación marca pauta y tendencia. Ahora que las cosas parecen orientadas y marchan en paz, sería bueno no dejar perderse gente en el camino. Cuestión de detalle.
Luego están los detalles sobre el césped, aquellos que cada fin de semana nos definen. Veníamos al Carlos Belmonte después de dos viajes baldíos (Valencia, Alicante), afanados en romper con la tendencia. Martintxo no se volvió majareta y dispuso en el terreno el once que podríamos llamar convencional, aunque esta vez saliera sin la máscara protectora de Rivas, ni el ttonttor de Nsue, apostando por el compromiso con el balón de Elustondo y Sergio Rodríguez.
Nada, porque el equipo de casa salió cagadito desde el momento que su técnico diseño la táctica. El Albacete salió a no perder con los dos puntas pegados a los centrocampistas y éstos, a los defensas. Los locales sólo podían marcar en acciones a balón parado. Los realistas, moscas por sus dos últimos marcadores lejos de Anoeta, tampoco arriesgaron mucho, por lo que los 5.737 espectadores se aburrieron hasta decir basta. Sólo en los últimos minutos, la Real se estiró con Bueno arriba y Griezmann por dentro, pero se agotó el tiempo y el empate sin goles respondió fielmente a la pobreza del partido y a la falta de detalles.
Nota: Los que rondamos la cincuentena hemos sentido efluvios de juventud al ver esta semana por nuestros pagos a la elegantísima princesa Carolina de Mónaco que en nuestros tiempos era una monada de niña y ahora una elegancia de señora. ¡Qué porte, qué gracia, qué gesto!. Cuestión de detalle.