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Hijos de un dios menor

El Teresa Rivero ayer no era para el técnico realista un campo desconocido. Todo lo contrario. Cuando al final de la pasada temporada merodeaba su incorporación al proyecto realista, se presentó de incógnito (es un decir) en las gradas del recinto vallecano. Le animaron a camuflarse. Para ello usó unas gafas de sol, al estilo Puma Rodríguez antes de cantar El pavo real. Le tapaban los ojos en la tarde soleada y calurosa del junio madrileño. Probablemente, como estaba bajo los efectos del jet-lag, se durmió un buen rato. Yo hubiera hecho lo mismo. El espectáculo sobre el césped animaba a la sornada, sólo alterada por los goles que iban cayendo en el saco realista. Pensé sinceramente que el 4-1 y la poca gama de los recursos realistas le iban a quitar las ganas de quedarse.

El segundo encuentro con los franjibarrados no fue mejor que el anterior, puesto que en el enfrentamiento copero de esta temporada, los chicos de Pepe Mel nos dieron un repasito y los dos goles de Pachón y Rubén Castro fueron suficientes para dejarnos en la estacada, como viene sucediendo desde hace tantos años en esa competición que no afrontamos con excesivo entusiasmo y que significa temporada tras temporada la eliminación a las primeras de cambio.

La tercera, la del mediodía dominical, podía ser la vencida. Había argumentos. En cada portería, los dos guardametas menos goleados del pasado ejercicio y su particular pugna por confirmarse. El liderato que da alas, según dicen, a quien lo defiende. Los rayistas, con ganas de pegarse un atracón de juego y goles que mejoraran sus opciones. Los seguidores de la Real, madrugón incluido, que husmeaban la oportunidad de reforzar su situación de privilegio. Los guiputxis de Madrid y alrededores, el frío… No faltaba nada, ni nadie. Bueno, sí, el ángelus, porque, a pesar de lo religiosa que es la señora presidenta, allí no se rezó nada.

Confieso que antes de entrar al campo, en uno de esos bares de la Avenida de la Albufera, allí donde se encuentran las peñas de seguidores locales, del Atleti, o del Madrid, me enjareté un café con leche y tres porras cojonudísimas de unta y moja, al módico precio de 2.10 euros. Disfruto oyendo los comentarios de la gente. Que si Messi, que si Ronaldo, que si Guardiola, que si Florentino, que si… A menos de 100 metros del campo vallecano, sólo se hablaba del Barça-Madrid de la noche. Y aunque algunos iban ataviados con camisetas, gorras, bufandas y banderas del Rayo, el partido de las doce, sus protagonistas parecían Hijos de un dios menor.

En esa película Sarah Norman, una joven mujer sorda, frustrada, trabaja en una escuela para niños con problemas de audición. Su vida cambia al llegar James Leeds, un profesor que le anima a dejar atrás su vida de desánimo aprendiendo a leer los labios a las personas. Pero se resiste. Si existiera la posibildad, me gustaría leer la mente de los entrenadores y saber qué pasa por su cabeza, cuáles son las txiribueltas, antes de adoptar la decisión del equipo inicial y los cambios sobre la marcha. Acertó Lasarte, porque Bueno le dio lo que buscaba: pelea y un gol formidable. Luego, Zurutuza. El míster habló con él casi tres cuartos de hora antes del inicio. Le dijo "creemos en ti". Saltó, remató y empató el partido. Los dos conjuntos ofrecieron un espectáculo que mereció respeto, pese a que los futbolistas no sean tan grandes, ni mediáticos, ni hijos de un dios mayor.

Iñaki de Mujika