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¡Si vosotros sois miuras, aquí está Manolete!

No mantengo actualmente demasiadas relaciones con el mundo de la enseñanza. Ignoro, por tanto, si los alumnos de hoy siguen poniendo motes a sus profesores. Hace años, sin embargo, pocos eran los que se salvaban de la agudeza de los estudiantes. Compartí unos cuantos años con ellos y conviví con educadores, muchos de ellos religiosos, que no escapaban a la intencionada e imaginativa travesura de rebautizar. Algunos de esos motes eran venenito puro y perduraban generación tras generación. Pocos como El Felino. Llevaba sotana negra, porque entonces en los conventos y centros de enseñanza no cabía otra. Era pequeño, veterano, divertido. Sus ojos asomaban estirados al modo de los gatos. Si a aquella cara le hubiesen salido los pelos del bigote al uso, era un micifuz en toda regla.

En los recreos el patio se llenaba de alumnos. La media hora de solaz contaba con la vigilancia de un par de educadores que rotaban por semanas. Perseguían a los alumnos fumadores. Estaba prohibido encender cigarrillos. El Felino era bajito y, a pesar del negro hábito que le identificaba, aparecía por sorpresa en la zona en la que se escondían quienes le daban al tabaco. Pillados in fraganti, alguno metía a toda prisa su mano en el bolsillo con el pitillo encendido. El fraile aguantaba en pleno despiporre sabiendo que se quemaban el muslo o el pantalón. Cuando cazaba alguna presa se enorgullecía y lo jaleaba para general conocimiento.

Mientras la algarabía sucedía en una zona del patio, desde la otra se oían gritos de "miau", "miau" en clara referencia al mote de quien vigilaba y sancionaba. Pero quedaba el otro guardián, el que se escondía tras las columnas para pillar precisamente a quienes gritaban en la distancia. Siempre caía alguno al que le soplaban una manada de leches, por no decir hostias. Acabado el recreo, sonaba la campana. Los alumnos formaban en filas por clases y cursos, volviendo a las aulas. El Felino impartía Ciencias Naturales. Cuando se le desmadraba el alumnado, cogía la sotana por los pies, la subía hasta la cintura, se la metía detrás del cinturón y enseñando sus pantalones les decía: "Si vosotros sois miuras, aquí está Manolete". Sólo le faltaba la espada de matar.

Camino de Santander, no sé el porqué, pero vinieron a mi mente aquellas imágenes y recuerdos. Quizás esperaba que los nuestros en El Sardinero fueran toros con cuernos, miuras de esos que embisten y le pegan un revolcón al diestro que quiera domeñarlos. Las últimas actuaciones en los alberos habían dejado mal sabor de boca. Un punto de doce y la sensación de haber perdido galope, poderío y fortaleza. Como quiera que la de ayer parecía plaza factible para el éxito, a los realistas no les faltaron ni el apoyo, ni la esperanza, de su fiel beaterio. Martín Lasarte, el día de su cumpleaños, se regaló un cambio de sistema. Por aquello de variar la dinámica, diseñó una defensa con tres centrales y dos laterales largos con el fin de cortar la sangría y dormir el partido lo más posible. Todo iba bien hasta que nos permitimos una lerdez que nos mandó al vestuario perdiendo. Mala noticia que obligaba a cambios antes de lo previsto.

Pocos minutos después de iniciarse el segundo tiempo, aparecieron los nuestros con fútbol fluido y ocasiones en la portería de Toño. Griezmann niveló y la sensación de todos era que aquello se ganaba, pero quizás porque falta pausa o porque hubo un momento de distensión, los cántabros se encontraron con el gol que sería de la victoria. Antes de cerrar el partido, una catarata de oportunidades guipuzcoanas y una buena noticia, los minutos de Ifrán que tiene muy buena pinta y que no marcó gol de milagro. Lo esperamos en un par de semanas, porque Manolete, el torero de la fina franela, sigue estando con nosotros y meterá en cintura a un Hércules que viene muy tocado. Falta atinar con la espada.

Iñaki de Mujika