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¡Ya me perdonareis, pero no os reconozco!

Pensaba dedicar el artículo de hoy a Mikel Aranburu. Creía sinceramente que el míster le concedería algún minuto para alcanzar su centenaria comparecencia y merecer un reconocimiento cariñoso a su trayectoria. Después de la entrada de Llorente y Vela, intuí que el azpeitiarra se incorporaría al partido en el tramo final para poner alma, conducción y un poco de sentido al juego. Cuando apareció en la tablilla el número de Cadamuro sentí impotencia. Luego, al decidir que Xabi Prieto se iba antes al vestuario, quedé atónito. No soy capaz de encontrar una razón distinta al miedo a la derrota. Quizás porque el mano a mano de Miku con Bravo asustó y el palo de Pedro León acongojó, lo cierto es que estuvimos más cerca de perder que de ganar jugando en casa contra el cuarto por la cola.


Llevaba el día acalorado. El viento sur no es mi fuerte. Acechan las jaquecas y te amuermas. No soy como los cazadores que se forran a pegar tiros con este tiempo tratando de acertar con las palomas despistadas. Desperté pronto. A las seis y media estaba en el ordenador contestando mensajes, escribiendo cosas y repasando los últimos resultados de la noche. Fieles a la cita, a las ocho y cinco, pasan los txistularis. Son como el despertador. Preparo el desayuno con suma tranquilidad y sin prisa le doy a las tostadas con aceite, jamón, queso o mermelada. En medio de todo un largo zumo de frutas y un café cargadito.

Pongo la televisión. La francesa, claro. Quiero ver la final del mundial de rugby. Casi todo es un espectáculo que contagia. Son favoritos los de casa y ganan, pero gracias a la permisividad de los dirigentes las cámaras entran en los vestuarios antes del partido y te enseñan lo que pasa, los mecanismos por los que se mueven, los protocolos individuales y colectivos antes de enfrentarse en el césped a la abarrotada grada de Auckland. Los galos pierden por uno y se encuentran con la decepción de la derrota. Atrás quedan ochenta minutos de fuerza, rabia, furia, técnica y arrojo en defensa de sus colores. ¡Cuantas cosas quedan por aprender!.

A las doce, mientras repicaban las campanas de la parroquia, salí a la calle Mayor de Hondarribia. Quería aplaudir el esfuerzo de centenares de personas que deciden correr una media maratón. Hombres y mujeres de casi todas las edades y de muchas procedencias. Suenan fuertes palmas cuando llega un corredor solitario. Un muslo mío es más grande que él. Viene Bernard Kitur, cuesta arriba, como una exhalación. Nadie le sigue. El siguiente pasa unos cuantos minutos después. Luego, un rosario de atletas populares resoplando y muchos gestos de cariño y reconocimiento a tanto esfuerzo. Cada uno lleva un dorsal y una camiseta. El "440" corre con una de la Real. Los últimos en pasar son los que escuchan los mayores ánimos. Su mérito es enorme.

Vuelvo al ordenador y me encuentro con la muerte de Simoncelli en Malasia. A veces, cuando menos te lo esperas, surge una noticia que te desarma y deja mal cuerpo. Almuerzo pronto y poco mientras veo ganar al Rayo en la cancha del Betis y empiezo a preguntarme cómo será la tarde. Ciertamente, la intuyo con sopor. Los partidos a las cuatro deberían estar prohibidos.

Esperaba la respuesta de los realistas a los ejercicios espirituales de la semana, encerrados a cal y canto entre las paredes de su santuario. Antiguamente, después de unos días de reflexión en un convento de Burlada, salías purificado y dispuesto a conquistar el mundo. Ahora, la llama del espíritu no penetra en los corazones. Nula respuesta. El partido sonó a desolador.

Volvía a casa pendiente de la gasolina porque el chivato marcaba reserva. Pensaba qué escribir. Trataba de encontrar respuesta a tanta incógnita, a cómo darle la vuelta a una situación que hace semanas anuncia alarma. Poco fútbol, menos gol y sensaciones de decaimiento. El de ayer me parecía partido ganable. Los dos que nos vienen, no. Conduciendo con la radio puesta escuchaba los tantos que Osasuna le enchufaba al Zaragoza. Un surtidito de goles y ocasiones al equipo que nos metió mano la semana pasada. Más decepción.

No sé si el hecho de no poder ver los partidos in situ enfría ánimos y aleja realidades, pero a día de hoy este equipo no transmite nada, no me dice nada y casi no le reconozco. Parecen perdidas sus tradicionales señas de identidad. Es lo que siento.

Iñaki de Mujika