No tengo por costumbre destacar a jóvenes deportistas que llegan muy pronto a la alta competición. Hemos cometido muchas veces el error de ensalzarles antes de tiempo, de levantarles a lo alto del pedestal, y de abandonarles cuando la línea de progresión prevista no mantiene sus constantes vitales. El camino está lleno de fracasos. La competición devora y los jugadores pocas veces están preparados para ello.
Pero la tentación me puede en el caso de Iker Muniain. El futbolista navarro va rompiendo moldes y récords. Además de ser el jugador más joven en debutar con la camiseta del Athletic, lo es también como autor de un gol en Primera División. Va como un cohete, cuando aún no ha cumplido diecinueve años.
Llama la atención por muchas cosas en el terreno de juego. Se comporta con una madurez insultante para su edad. No se arruga ante nada ni ante nadie. Da la sensación de ser un jugador versátil, que se adapta a las circunstancias del equipo, del rival, del partido y de lo que le dicte el entrenador. Su última actuación con la Sub-21 ante Suiza y frente a jugadores de su edad corrobora esa disponibilidad ilimitada.
Apenas ofrece dudas. Nadie le discute. Estará más o menos acertado. Rematará con más o menos puntería, pero es un fijo en cualquier alineación porque en tiempos de escasez la generosidad se valora.. Rinde con la elástica rojiblanca, con la de la selección, con la que se ponga.
En este tiempo de consolidación cabe esperar que quienes se encargan de su formación ahonden mucho en la parte intelectual. Es muy importante que Iker, y jugadores como él, consiga llegar a ser un "futbolista amueblado", un jugador que sepa vivir su día a día con tranquilidad, sin querer acelerar procesos, ni entrar a responder a rumores que, como otras tantas veces, le sitúan en escenarios maravillosos. Si sigue la progresión ocupará cada vez más titulares con letras grandes. Es efervescente.