No suelo comentar mucho sobre futbolistas porque los medios de comunicación se encargan a diario de destacar lo divino y lo humano, las gestas deportivas y los gestos dentro y fuera del terreno de juego, Muchas veces un estornudo les convierte en noticia. Es lo que vende.
Sin embargo, te encuentras en el camino jugadores que merecen mucho más la pena aunque no sean mediáticos ni ocupen titulares en la prensa. Quiero referirme a uno de ellos, porque no es habitual que un futbolista en Segunda “B” dispute cuatro centenas de partidos defendiendo la misma camiseta. Si todo sucede como parece, Xabier “Xixa” Otermin jugará este sábado ante el filial del Atlético de Madrid su partido número cuatrocientos con la zamarra del Real Unión.
Un record y un hito casi inalcanzable en una categoría donde los futbolistas van y vienen, vienen y van. Es obvio que hay jugadores que se denominan “de club”, porque permanecen toda su vida deportiva en la misma entidad. En el caso del meta zarauztarra sólo un escarceo de una temporada en el Girona le sirvió para descubrir cuál era su sitio físico y químico. Volvió más pronto que tarde.
Portero sobrio, de la antigua usanza, poco expresivo y poco palomitero. Los fotógrafos no encontrarán en él un testimonio de portada, pero los entrenadores y los compañeros de zaga, que es lo que importa, saben que es una garantía bajo los palos. Como tantos otros cancerberos, ha ofrecido tardes de gloria y otras que no lo han sido, pero en su balanza pesan mucho más los aciertos que los errores. Sería imposible una trayectoria semejante si no fuera así.
En tantos años ha vivido momentos estelares, como el ascenso a Segunda División, y otros decepcionantes que llevaron al equipo al descenso. Pero contó siempre para todos los proyectos, aunque en algún momento ya lejano algún entrenador quisiera prescindir de él. Ha podido con todas las mareas, sin decir una palabra más alta que otra. No le gustan mucho las entrevistas. De hecho, no recuerdo haber mantenido ninguna con él. Los micrófonos no son su fuerte.
Llegar a cuatrocientos partidos es un ejercicio de fidelidad a los colores. Después de sus inicios en la playa de Zarautz y su paso por las categorías inferiores de la Real Sociedad, Irún fue un destino idóneo para ser lo que ha querido ser: portero. Deberá soportar las chanzas de los compañeros que le quieren. Le hablarán de ancianidad, jubilación, retirada. Habrá bromas suficientes para hacer más fuerte el vestuario y honrar el brazalete que lleva como capitán desde hace muchos años.
Cumplidos los treinta y seis años se ha hecho persona en el mismo club. Entró casi siendo un niño y hoy es padre de varios hijos y testigo de la vida de un club cuyos colores serán para él inolvidables. Casi no conoce otros y en este tiempo en el que reinan los cambios y las improvisaciones, es hermoso convivir con un ejemplo como éste.