La primera vez que pasé por la provincia de Málaga no iba de turismo sino camino de Algeciras para incorporarme al cuartel de destino que me correspondía tras el periodo de instrucción militar. Los recuerdos quedan lejanos porque pasaron muchos calendarios y en años posteriores me han sucedido cosas más entretenidas. En la antigua Rosaleda y en la moderna he visto de todo: asalto al palco presidencial, arbitrajes calamitosos, victorias extraordinarias y mucho ambiente en la grada como corresponde casi siempre que se disputa un partido en tierras de María Santísima.
Justo al lado del campo de fútbol, los domingos se montana una feria en la que se alinean puestos que venden de casi todo. Normalmente hace muy buen tiempo y puedes pasear con tranquilidad viendo la cantidad de cachivaches que se amontonan en el suelo o sobre las mesas que se disponen. Siempre he tenido el antojo de conseguir una radio vieja, de aquellas antiguas y grandes, porque mi vida ha estado muy vinculada a las emisiones y a los receptores.
Había unas cuantas bastante ruinosas que se quedaron allí. Viajar en avión impedía cualquier compra voluminosa y menos un cacharro de esos que al pasar por el detector de metales podía montar una verbena. Aquel mismo día sobre una mesa larga, atiborrada de libros, el marchante disponía en un aparte distintas colecciones de cromos de futbolistas. Por curiosidad, tomé un paquetito que estaba sujeto por una goma y comencé a revisarlos. De repente, apareció un jugador ya retirado de la Real. Sonreí al verle, por lo inesperado, y pregunté el precio de aquella reliquia. Me miró a la cara y todo serio dijo: 5 euros.
Muchas gracias. Puse la goma alrededor de los cromos y los dejé donde estaban. Seguí camino pensando que los timos pueden suceder de distintos modos. ¡No pago cinco euros por un cromo de futbolista, aunque aparezca vestido de lagarterana!. Después del paseo y de la frugal comida tocaba fútbol. La ventanilla de las acreditaciones cambiaba cada año y dabas vueltas y vueltas alrededor del estadio buscando la taquilla en el Paseo de los Martiricos. Los partidos sucedían y tras ellos las entrevistas en vestuarios.
Según qué viaje se planteara, las prisas solían ser evidentes. Había que llegar corriendo al aeropuerto o a la estación. a toda pastilla, para no perder el enlace. Era entonces cuando me descomponía porque conseguir un taxi se convertía en una operación de enjundia. Pasaban llenos. A lo lejos los reflejos verdes de los semáforos sobre el techo de los vehículos te tranquilizaba en principio, pero cuando se acercaban dejaban de brillar. Te entra el nerviosismo y te agobias porque ves que el reloj corre. Una vez, unos santos peñistas nos hicieron el favor de trasladarnos ante la desesperación en la que nos sumíamos.
Muchos viajes y muchas jaranas, incluida una veraniega en feria de agosto que me dejó agotado para dos trimestres. No sé cuál es el secreto y cómo aguanta la gente tantas horas de juerga bajo el termómetro implacable. Bebes y bebes y vuelves a beber como en el villancico, aunque no agua sino rebujito y cañas cerveceras con menos grados de los habituales.
Cuento estas cosas desde el aburrimiento y el tiempo de espera a que den las diez de la noche de un lunes del mes de febrero en el que a la Real le vuelven a señalar día y hora ajenos al buen sentido de los aficionados y de la vieja tradición. Pese a este sin sentido las gradas no estuvieron vacías y se creó suficiente ruido como para que quienes seguían el partido no se durmieran a la luz de la luna. La motivación del lado txuriurdin, aunque anoche fueran de negro, encontró mayores alicientes tras la derrota de sus antecesores en la clasificación, ambos en propio feudo, y el empate de los perseguidores. Quizás por eso, o porque los malagueños contaban con dos ausencias importantes en la zaga, Jagoba Arrasate se soltó el moño y dispuso una alineación ofensiva en grado sumo con zurdos y peloteros hasta decir basta. Rubén, Canales, Griezmann, Vela…donosura mística y preclara en el manejo del balón. Olía a ataque que apestaba.
Schuster, que se temía lo peor, apostó por algo parecido. Los holandeses con apellido que suena a árabe: Amrabat y El Hamdaoui, más el ucranio Iakovenko y el joven Portillo. Es decir, toma y daca, de lado a lado, como si las noches de los lunes fueran más atrevidas que las de los fines de semana. No sé si estos y aquellos aparecen en las colecciones de cromos actuales. Ni siquiera sé si los chavales de ahora siguen abriendo sobres, pero seguro que admiran a estos peloteros que supongo cuestan más de cinco euros. Metidos en la redacción, esperando el partido, nos jugamos esos euros a que la Real ganaba. ¡Había tal confianza!.
Y esta aumentó con el gol de Vela, un tanto de grabar en vídeo para enseñar a los niños, sobre todo en el movimiento de arrastre de Seferovic que le hace un aclarado monumental al mexicano valorando el buen centro de José Ángel. Los realistas lo debieron ver muy fácil, tanto que levantaron el pie del acelerador y perdieron la eficacia en el juego de creación en lugar de irse a por otro y poner tierra de por medio.
Eso es un riesgo que a veces está calculado y a veces no. Todo el segundo tiempo fue un poco despropósito en el que el balón nos quemaba. Incapaces de hilvanar una contra reparadora pasamos un mal rato hasta el pitido final de un buen árbitro. Tres puntos y a otra cosa mariposa, que es decir más cerca de Europa.