El Beaterio de Iñaki de Mujika

Todo el pescado vendido

Siempre que nos enfrentamos al Espanyol recuerdo un suceso que nos ocurrió hace bastantes años en Sarriá, el campo de toda la vida del equipo periquito. Los seguidores de este club estaban incendiados con el trato que la televisión catalana les otorgaba habitualmente, en relación al eterno rival. ¡En todas partes cuecen habas! Se jugó el partido. Creo que perdimos, sin que pasara nada especial. Recogimos los bártulos de la cabina y bajamos a la zona de vestuarios para realizar las entrevistas de rigor. Ese era el habitual modus operandi. Entonces no había ni jefes de prensa, ni gabinetes de comunicación, ni nada que se le pareciera. ¡A puro huevo!

En aquel tiempo, los enviados especiales viajábamos con el equipo en el mismo avión. Lo único que debíamos gestionar eran los traslados desde el recinto hasta el aeropuerto, porque el autobús del equipo era para la expedición oficial, lógicamente. Encargábamos siempre taxis (dos para todos) que nos esperaban a la salida del campo en un lugar convenido. Aquella vez, también. Terminados los trabajos salimos en busca de los coches. Inopinadamente, un grupo de personas que esperaba a la salida nos increpó, insultó y persiguió por entender que éramos periodistas de la TV3.

No entendíamos nada, pero aquello pintaba feo, así que los 50 metros que nos separaban de los vehículos los cubrimos a velocidad de vértigo. No había corrido tanto desde los tiempos en el que el capitán Artillo dirigía la instrucción en la segunda compañía del CIR de Camposoto. Esta vez no llevaba el cetme encima sino la maleta con los trastos de la transmisión. Es decir, el itame, los micrófonos, los cables de conexión, los auriculares, la batería que pesaba un potosí. A pesar de que había policía, no pasamos un buen rato. Respiré cuando conseguimos cerrar las puertas y salir hacia El Prat.

No fue la única vez. En otra ocasión tocó en Sevilla, en el Villamarín. Llegamos a las inmediaciones del campo, hasta donde los taxis podían acceder. Bajamos, y en el trayecto hasta la puerta de acreditaciones, nos pasó lo mismo con un grupo de seguidores béticos. Nos confundieron con periodistas de la televisión andaluza, de cuyo trato se quejaban amargamente, siempre en relación con los rivales de su ciudad. ¡Seguimos cociendo habas! Las cosas nunca son fáciles, ni como se imaginan desde la distancia. Hay que vivir experiencias para saber realmente qué sucede. Y no voy a recordar otros sucesos del camino, porque ni es el momento, ni me apetece. ¡Ha cambiado tanto la película! De aquel mítico campo de Sarriá al actual de Cornellá hay una diferencia abismal como la que seguro sentiremos en el nuevo Anoeta respecto al entrañable Atotxa.

Será por la edad, pero me aferro a los recuerdos de los antiguos estadios, cerca y lejos. Añoro los tiempos de Gal, Larzabal, Molinao, Txantxilla, Aritzbatalde, Alzibar, Iturripe, Latxartegi, Lerún, Hériz, Errotazar, la Creu Alta, San Juan, El Calvario, Metropolitano, Zatorre, Vallejo, La Viña, Las Gaunas además de Atotxa y San Mamés. En los traslados se perdieron muchos aires de grandeza. ¡Aquí, aflorando el abuelo Cebolleta! Os cuento estas cositas para entreteneros un poco y no hurgar en la profunda llaga de un equipo que ayer ofreció un partido calamitoso y que significa el final de un ciclo a falta de diez jornadas para que concluya el campeonato. Los números no salen, y los cálculos, tampoco. Es muy difícil encontrar argumentos con los que defender la actuación del equipo en Cornellà. Los busco, pero no los encuentro, como en aquellos tiempos en que con un diccionario griego entre manos no conseguía descubrir los aoristos, los tiempos irregulares de algunos verbos.

Y si me preguntas a quién destacaría del partido de ayer, sufriría bastante para ofrecerte un nombre cautivador por su juego. Quizás el gol de Willian y las declaraciones del meta al final del partido, un ejercicio de reconocimiento a la mala actuación y a la falta de intensidad del colectivo.

Es obvio que la temporada está terminada y, aunque queden partidos por delante, a Europa no llegamos ni cogiendo el TGV en Hendaia. Sumidos en la melancolía, alguien deberá coger el toro por los cuernos, tomar decisiones y pensar en futuro, sin miramientos ni paños calientes. Necesitamos una puesta al día en condiciones.

Ayer se nos puso el partido de cara, aprovechamos el error de un rival para disponer de ventaja cuando al área contraria no habíamos llegado ni con prismáticos. Defendido el botín hasta el descanso, quedaba un segundo tiempo para consolidar el tanteo y refrendar los últimos buenos resultados.

Rien de rien (nada de nada). Invoqué la vieja canción de Edith Piaf. El descanso nos volvió a sentar fatal. Salimos más atolondrados que nunca, inermes, replegados, flotando, a ver venir, sin buen tono. Ni físico, ni químico. El Espanyol apretó más y mejor. Se imponía en las disputas, ganaba las segundas jugadas y nos asestó sendos golpes en un santiamén, porque al ver lo que había enfrente no era cuestión de desaprovechar la ocasión de remontar.

Y lo hicieron, explotando la caraja y el aplatanamiento de un equipo que trató de reaccionar cuando estaba todo perdido. Merodeó el área de Pau López. Dispuso de alguna ocasión para recuperar aliento, pero sucumbió merecidamente ante un rival que ganó por condición y actitud. Sin ser nada del otro jueves, los catalanes sacaron adelante un partido a base de tesón con futbolistas de guerra, combinados con otros más artistas, es decir, violinistas y tamborreros.

Desde que he empezado a escribir este beaterio me estoy mordiendo la lengua, porque en caliente se pueden decir barbaridades. Decepción en toda regla ayer y la seguridad de que todo el pescado está vendido. Queda concluir la temporada del modo más digno posible.

Eso es compromiso y obligación, cosas que ayer no sobrevolaron el cielo de un estadio que aplaudió más los minutos de respeto a jugadores fallecidos que lo que los vivos ofrecieron sobre el césped.

Iñaki de Mujika